El ataque sin precedentes de cientos de misiles balísticos sobre Israel, con explosiones en diversas zonas civiles de Tel Aviv y Jerusalén, pero de hecho en todo el país, supone la entrada de Irán en la guerra o, si se quiere utilizar un lenguaje más suave, en el conflicto armado. Es un salto significativo en la eterna disputa en Oriente Medio, después de que desde la muerte del líder y uno de los fundadores de Hezbollah, Hasan Nasrallah, en un ataque israelí en Beirut la semana pasada, se estuviera esperando la respuesta iraní. A la muerte de Nasrallah se añade la de otros dirigentes de Hezbollah que, en la práctica, ha supuesto dejarla decapitada de liderazgo alguno y de una estructura clara de mando que la haga realmente operativa. Ello sucede en un momento en que Israel tiene abiertos dos frentes militares en la zona: la reciente entrada terrestre en el Líbano para realizar operaciones consideradas selectivas —o sea de zonas cercanas a la frontera donde puede haber material terrorista— en el sur del país, y la guerra de Gaza con la que pretende acabar de desarticular Hamás.

Es pronto para saber el impacto de la respuesta de Irán y si estamos al inicio de una fase más amplia o, por el contrario, Teherán se limitará a su incursión puntual si no hay una respuesta importante por parte de Tel-Aviv. De hecho, Israel sabía que Irán no iba a quedar impasible después del asesinato de Nasrallah, que había dirigido el grupo insurgente durante más de tres décadas y es, con diferencia, el objetivo de más nivel abatido por las fuerzas israelíes desde la intensificación de los combates con Hezbollah. Israel ordenó durante el ataque el cierre de su espacio aéreo, pero lo reabrió cuando acabó el lanzamiento de misiles terrestres, igual hizo Jordania e Iraq. Estados Unidos amenaza a Irán con una mano y con la otra da apoyo a Israel, y Rusia amenaza a Israel. Hay nuevo secretario general de la OTAN, el neerlandés Mark Rutte, que asume el mando en un momento de máxima tensión mundial y que ha pedido a Tel Aviv el fin de las hostilidades en el Líbano.

Es pronto para saber el impacto de la respuesta de Irán y si estamos al inicio de una fase más amplia o, por el contrario, Teherán se limitará a su incursión puntual

Israel es socio de la OTAN pero no miembro, una sutil distinción. Adquirió dicho estatus como un importante aliado no perteneciente a la OTAN en 1987, siendo presidente estadounidense Ronald Reagan, y desde entonces ha cooperado con la OTAN en áreas de tecnología, contraterrorismo y otras. Es, por tanto, suficiente para que la organización militar no sea indiferente. Por ello, es normal que el presidente Joe Biden haya ordenado a las tropas de Estados Unidos desplazadas a la zona la máxima colaboración con las fuerzas israelíes en la protección de su territorio. Todo ello sucede en un momento en que el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu ha recuperado buena parte de la popularidad interna que había ido perdiendo tras los múltiples fallos del atentado que sufrió el país el pasado 7 de octubre de 2023, cuando 1.200 hombres armados de las filas de Hamás irrumpieron en territorio israelí para realizar un ataque sin precedentes, acabando con la vida de 1.200 ciudadanos del Estado judío en un día y tomando como rehenes a más de 200, algunos siguen retenidos dentro de la Franja de Gaza.

Irán ha hecho el primer movimiento más en línea a lo que se esperaba por parte de las informaciones que había sobre el terreno —de un perfil intermedio—, que de grandes dimensiones. Habrá respuesta de Israel y veremos entonces la dimensión que coge el conflicto. Ello siempre y cuando Irán no dé el segundo paso.