El martes se cumple el 43º aniversario de la muerte del dictador Francisco Franco en el palacio de El Pardo. El régimen del 18 de julio cedió la Jefatura del Estado al rey Juan Carlos y se inició el periodo de la monarquía parlamentaria. No fue una ruptura sino una suave reforma: la derecha de aquella época se refugió fundamentalmente en cuatro áreas: judicatura (jueces y fiscales), defensa (militares, policías y guardias civiles), alto funcionariado (desde abogados del Estado, hasta cuerpos específicos de la administración general del Estado que han ido pasando de generación en generación) y empresas reguladas por el Gobierno (bancos, eléctricas y algunas constructoras). Eran unos cientos de miles de piezas estratégicas que se camuflaron entre el cambio que se produjo y que lo máximo que permitió fueron alternancias en el gobierno y la modernización —fundamentalmente, infraestructuras— del país.
El denominado franquismo sociológico parecía que se había evaporado como si tal cosa. Todo el mundo lo interpretó así durante décadas, pero era una mirada equivocada. Seguramente, ha sido en Catalunya el primer sitio en que se ha visto que el franquismo renacía de sus cenizas y que ponía punto final a su letargo desde 1975. El 155, la destitución del Govern, el control de los Mossos y las instituciones catalanas en manos del gobierno del PP y los meses que siguieron a esta insólita situación permitida por Ciudadanos y por el PSOE, todo ello convirtió en habitual la presencia de signos franquistas y fascistas en las calles de Catalunya. Ahora, el PP y Ciudadanos se confunden con la ultraderecha de Vox, los diarios de Madrid publican esquelas de Franco y José Antonio, la Fundación Francisco Franco plantea abrir una delegación en Barcelona o Tarragona...
El sábado por la noche se celebró incluso una marcha de Madrid al Valle de los Caídos cuya estética fascista no es que fuera preocupante, es que daba literalmente miedo. La ultraderecha ha vuelto a lomos de un discurso xenófobo y de una España totalitaria, no muy diferente de la que hoy proponen los populares y la formación naranja. El gobierno del PSOE mientras tanto trata de trasladar la tumba del dictador del Valle de los Caídos a un lugar menos visitable. Pero lo está haciendo de una manera tan zafia que ha provocado un desmentido del Vaticano —que no acostumbra a hacerlo nunca— a la vicepresidenta Carmen Calvo y corre el riesgo de acabar con el dictador en la catedral de la Almudena, en el centro de Madrid.
Después de muchas décadas sin hablar de Franco, el dictador ha reaparecido, sus simpatizantes están en la calle y España ha entrado en una fase en que el colapso institucional no hace más que dar alas a la extrema derecha. Y su democracia ha entrado en una fase de cuestionamiento en muchos lugares de Europa. Había otro camino, claro está, y no se quiso tomar, mientras se vitoreaba a ministros que cantaban El novio de la muerte y se aplaudía el encarcelamiento de personas honorables en Catalunya.