No ha sido el año 2018 que se va un buen año. Hemos vivido doce meses en una especie de tiempo muerto, sin avanzar y sin retroceder. Quizás era necesario un año así para superar lo que fue la disolución de las instituciones catalanas, la supresión del Govern, el 155, la justicia convertida en árbitro político fijando quién podía ser candidato a president de la Generalitat y quién no, Mariano Rajoy bloqueando la publicación del Govern en el DOGC porque había consellers que estaban en prisión... Y, alrededor de todo ello, el Govern y los líderes independentistas esparcidos entre las prisiones y el exilio.
Sin embargo, no ha sido, tampoco, un año perdido: el independentismo se ha mantenido erguido en medio del fango de un Estado que ha hecho lo posible para acabar con él y, además, ha tenido victorias judiciales en el extranjero de suficiente importancia para que la idea de una justicia injusta en España tuviera fuerza suficiente para arraigar. El triunfo más importante, sin duda, el logrado por los abogados del president Carles Puigdemont en Alemania, cuando el juez Pablo Llarena se vio forzado a retirar la orden de extradición después de que el Tribunal de Schleswig-Holstein rechazara de manera contundente la acusaciones de rebelión y sedición y dejara muy tocada la de malversación. Llarena reculó, la derecha casi provocó una crisis con Alemania, y Puigdemont y el resto de los consellers exiliados ganaron su libertad. Fueron unos días intensos que permitieron pensar que, quizás sí, otra Europa era posible.
El Tribunal Supremo prefirió convivir con la vergüenza de una justicia propia alejada de Europa a apearse de su relato inventado. Cerrar filas antes que rectificar. No fue el único: el PP, el PSOE y Cs estuvieron a su lado, igual que la gran mayoría de los diarios de papel. Por el camino se descolgó a ratos Pedro Sánchez que no el PSOE, más por necesidad que por convencimiento. Y así hemos llegado al 2019, un año que está por escribirse y que carece, en buena medida, de guion. Un año que se irá haciendo alrededor de los juicios a los presos políticos, que empezarán en la segunda quincena de enero. Un año en que el president Quim Torra tendrá que decidir cuál es su papel en el panorama político catalán y qué queda de la vía catalana a la independencia.
Los juicios y las elecciones municipales son las dos asignaturas troncales del independentismo, que este afronta de manera diferente: cohesionado y unido, en el primer punto, y separado y confrontado, en el segundo. La idea de una gran victoria republicana en las municipales de mayo no parece probable con la dispersión de candidaturas anunciadas, pero es cierto que aún falta mucho tiempo y hay mucho pescado por vender. En cambio, los insólitos juicios, con petición de penas de decenas de años por rebelión y sedición, entre otras acusaciones, por el referéndum del 1 de octubre, se presentan como una magnífica oportunidad para explicar al mundo las insuficiencias de la democracia española. Que el mundo lo vea será una gran caja de resonancia.