La invasión de Ucrania protagonizada por las tropas de Vladímir Putin y que ya acumula 20 días de guerra y miles de muertos ha restado importancia y recuerdo a los dos años desde que se decretó el estado de alarma por la expansión del coronavirus. Un total de 26.748 personas han sido contabilizadas en Catalunya hasta la fecha como víctimas mortales de la covid-19 y el efecto ha sido tan devastador que aún no podemos decir que hayamos salido del todo del negro túnel que ha dejado a varias generaciones de ciudadanos bajo un impacto emocional muy importante. Gente mayor, trabajadores, jóvenes, autónomos, personal sanitario, maestros, profesionales liberales y tantos otros padecen aún las consecuencias de lo que ha supuesto una transformación sin precedentes en la época moderna a causa de una enfermedad con una capacidad insospechada para expandirse entre los humanos. El coronavirus, a lo largo de las seis olas que ha desatado hasta la fecha, ha puesto al descubierto una vulnerabilidad desconocida y que solo la vacuna ha amortiguado.
Cuando el 14 de marzo de 2020 Pedro Sánchez decretó el estado de alarma y los gobiernos del mundo entero actuaron para contener el virus, ninguno éramos conscientes de cómo iba a girarlo todo. El coronavirus ha cambiado nuestras vidas, desde el inicial encierro obligado en nuestro domicilio hasta todo tipo de restricciones en nuestro quehacer diario. Todo ha sido diferente a nada visto antes y, como siempre sucede, la crisis económica ha amplificado los efectos sanitarios hasta configurar una turbina que ha arrasado puestos de trabajo y ha hecho más pobre a la gran mayoría de los ciudadanos, muchos de los cuales aún no han visto la luz de aquella crisis y estaban en un lento proceso de recuperación.
La ofensiva de las tropas rusas invadiendo Ucrania ha provocado automáticamente un efecto informativo de tal magnitud que ha desplazado la atención que aún había sobre las posibilidades de una séptima ola y la reducción de pacientes hospitalizados y enfermos en las UCI. Tenemos la guerra a pocos miles de kilómetros, los refugiados se acercan peligrosamente a los tres millones de personas y van a hacer falta grandes contingentes de dinero para hacer frente a un desplazamiento desconocido de personas. Hoy, todos los países se preparan para ello. Algunos, por ser fronterizos, como Polonia y, otros, como Alemania, por proximidad. Pero en Catalunya, también, donde desde hace unos días llegan ucranianos a multitud de ciudades y pueblos ―se calcula que ya lo han hecho unos 5.000― donde se están reciclando todo tipo de espacios municipales, empezando por polideportivos. En Barcelona, uno de los pabellones de la Fira, el número 7, de 6.300 metros cuadrados, servirá como centro de día para una primera acogida de refugiados gestionado por la Creu Roja.
Acostumbrarnos a situaciones excepcionales parece que empieza a ser algo con lo que hay que convivir. Oímos conceptos como "ataque nuclear" que hasta hace muy poco tiempo solo se empleaban en las películas o en los libros de ficción. Hoy seguimos con inquietud el parón eléctrico de Chernóbil y miramos el mapa con el temor de si algún misil llegará a impactar en territorio OTAN y ello será el inicio de la tercera guerra mundial. La guerra inyecta miedo en las sociedades por más que el discurso político esté muchas veces inflamado por parte de aquellos que deberían contribuir a rebajar la tensión. Mientras tanto, constatamos, como hacíamos con el coronavirus, que nada volverá a ser igual.