El independentismo catalán, tantas veces antagónico, enemistado, tan dado a jugadas partidistas y de corta mirada, ha sido capaz de llegar a un acuerdo para la composición de la Mesa del Parlament que dibuja el mejor arranque posible de la legislatura surgida de las elecciones del pasado 14 de febrero. Esquerra Republicana, Junts per Catalunya y la CUP tendrán, al menos, cuatro de los siete miembros de la Mesa y se aseguran una mayoría que refleja de manera fidedigna el 52% de los votos alcanzados y los 74 escaños. Como era previsible, el acuerdo cierra el paso al PSC a la presidencia del Parlament, al que, como ya le sucedió a Ciudadanos con Inés Arrimadas en 2017, le corresponderá el papel de jefe de la oposición en la Cámara catalana durante los próximos años aunque fuera el partido ganador de las elecciones.
La presidencia de la Cámara recaerá en Laura Borràs, la líder de Junts per Catalunya que encabezó las pasadas elecciones. Será la primera vez en la historia del Parlament que un cabeza de cartel ocupe el cargo, lo que demuestra la importancia política que ha ido ganando en los últimos años, estando muy por encima de cualquier miembro del Govern si exceptuamos lógicamente al president de la Generalitat. Solo hace falta ver el importante protagonismo político de Carme Forcadell o Roger Torrent para tener una idea aproximada de la revalorización de un puesto que tiempo atrás tenía más peso institucional que protagonismo político. En el caso de Borràs la decisión que tenía encima de la mesa era la de ser presidenta del Parlament o vicepresidenta del Govern con Pere Aragonès y la decisión que ha adoptado se antoja la mejor posible para su carrera política.
La presidencia de Borràs se completa, en el campo independentista, con una vicepresidencia para Esquerra y dos secretarías para Junts y la CUP. La presencia de la CUP es la otra novedad importante del acuerdo independentista, ya que por primera vez los anticapitalistas se incorporan a la Mesa del Parlament rompiendo una dinámica que ya duraba tres legislaturas, desde que obtuvieron sus primeros escaños en 2012. Su presencia es interesante y a buen seguro dará más juego del que pueda parecer con un único miembro. Básicamente, porque si en las negociaciones de última hora Esquerra no rasca un quinto miembro, que en buena lógica podría acabar en manos de los comunes si el unionismo prima que no caiga en manos de los independentistas, su representante será imprescindible para concretar mayorías.
El acuerdo de la Mesa del Parlament no es garantía de un acuerdo rápido para la formación del nuevo Govern entre Esquerra y Junts, pero sí era condición imprescindible para evitar el naufragio de la legislatura e ir a nuevas elecciones. Ahora se iniciará la segunda fase, que necesitará tres grandes acuerdos: la hoja de ruta de la legislatura, que está hilvanada, aunque no cerrada, ya que chirría el control temporal de la evaluación de los acuerdos en lo que se podría denominar de manera genérica la mesa de diálogo; el reparto de departamentos que gestionará cada partido y que no será fácil ya que se parte de posiciones muy alejadas, y los nombres para ocupar cada una de las conselleries con un más que previsible aumento de 13 a 15 carteras —muy difícilmente a 17— y, esta vez sí, un escrupuloso cumplimiento de la paridad de género no solo entre los consellers del nuevo gobierno sino que también afecte a los escalones del organigrama que está por debajo.
Resumiendo, a los dos partidos les queda mucho trabajo por delante tantos en las mesas públicas que ya se conocen de negociación como en las conversaciones en Lledoners entre Oriol Junqueras y Jordi Sànchez, ambos con un papel muy relevante en estas últimas horas.