Hará falta algo más que el mejor de los pegamentos que pueda haber en el mercado para que el acuerdo que han suscrito Laura Borràs y Jordi Turull para dirigir Junts per Catalunya cristalice ante la militancia y, sobre todo, ante la opinión pública, como la fórmula de un equipo compacto y capaz de superar internamente las evidentes discrepancias que hay entre muchos de sus miembros. Borràs y Turull se han puesto de acuerdo y eso, en cualquier organización política donde las confrontaciones tienden a estar penalizadas ya que son interpretadas como un pulso por controlar el poder, es una primera buena noticia. Seguramente por ello, Borràs y Turull han hecho, pese a sus enormes diferencias, de la necesidad virtud, aceptando un acuerdo a partir del cual las dos almas creen que, con el tiempo, acabarán mejorando la posición conseguida este martes.
El congreso del 4 de junio se plantea, así, pacífico, ya que solo tendrá que votar una candidatura y devolverá el protagonismo del cónclave al president Carles Puigdemont y a Jordi Sànchez, que dejan el cargo de presidente y secretario general del partido, respectivamente. Puigdemont y Sànchez, desde que anunciaron su decisión de no optar a la reelección han tenido roles claramente diferentes. El primero, formalmente alejado de las conversaciones entre los dos aspirantes a dirigir el partido, ha llevado hasta el final su compromiso público de concentrarse en sus dos prioridades, el Consell per la República y el cargo de eurodiputado, amén, lógicamente, de su intransferible papel de president en el exilio. Sànchez, en cambio, ha trabajado a fondo por una candidatura conjunta, priorizando que la nueva ejecutiva situara a Junts en la línea de hacer más política y menos declaraciones.
Sea como sea, es obvio que Junts inicia una nueva etapa en que la tutela de Puigdemont será aún menos perceptible de lo que lo ha sido en los últimos tiempos y, desde el punto de vista de su incuestionable liderazgo, queda el partido en este aspecto mucho más a la intemperie. De cómo funcione la relación entre Borràs y Turull dependerá, en buena medida, la cohesión de la organización y que se pueda establecer una cierta disciplina en un partido en que sus miembros se han comportado más como un grupo de solistas que como una orquesta afinada hasta el último detalle. A priori, las carpetas en que se puede producir una abierta discrepancia no son menores, ni podrán esperar. En concreto, tres: la permanencia en el Govern de Pere Aragonès, donde no han tenido hasta la fecha una postura idéntica; la posición en el tema del catalán y la inmersión, en el que Esquerra, PSC, los comunes y las entidades soberanistas los esperan para firmar un acuerdo conjunto; y, en menor medida, el pacto de la Diputación de Barcelona y los acuerdos municipales con partidos no independentistas, en concreto, el PSC.
Todo ello por no hablar de la posición política en Madrid con el gobierno de Pedro Sánchez y en el Congreso de los Diputados o los acuerdos ya cerrados con los alcaldes del PDeCAT, que han aceptado incorporarse a las candidaturas municipales de Junts y que están inquietos por si la política de Junts da de golpe un volantazo. Va a ser en este día a día donde se va a poder evidenciar si el pacto es sólido y si el partido es capaz de ser lo suficiente transversal y empático con el electorado para recuperar las posiciones de privilegio de antaño. Leer el presente va a ser muy importante ya que el escenario político actual dista mucho de ser el del otoño de 2017 y el posicionamiento programático en los próximos tiempos, sobre todo en temas económicos, sociales y de seguridad, no va a ser una cuestión menor. Y es ahí donde Junts tiene una enorme laguna ya que ha aplazado un debate ya inaplazable entre las muchas almas que convergen en la formación.