La función en tres actos escrita por Ada Colau para conservar al precio que sea la alcaldía de Barcelona está a punto de llegar a su fin. Aunque no podrá respirar tranquila hasta el mismo sábado en que se anuncie el resultado de la votación del plenario del Consistorio, y necesita llegar a 21 votos, Colau ha hecho el último movimiento para salir victoriosa: arremangarse para que los simpatizantes de los Comunes le voten a ella como alcaldesa en un gobierno con el PSC (y el apoyo de Manuel Valls, que siempre esconde) antes que un ejecutivo comandado por Ernest Maragall, ganador de las elecciones, y con BComú reservándose el 50% del equipo de gobierno. La función que empezó negándole el pan a Maragall con la excusa de que iba a poner la ciudad al servicio del independentismo y continuó con una oferta de tripartito a ERC y el PSC, que no era otra cosa que un brindis al sol, ya que los socialistas no lo iban a aceptar nunca, ha tenido un último acto teatral en su defensa de la alcaldía ante su militancia como una cosa normal y natural y ocultando que Valls se le ha metido, literalmente, hasta la cocina.
En el mundo político actual los políticos son muchas veces víctimas más de lo que dicen que de lo que hacen. La contorsión para llevar el agua a tu molino puede llegar a ser infinita. Pero ahí, las palabras se repiten una y otra vez. El tiempo no pasa para ellas. Habrá que guardar de este jueves su contundente proclama de por qué presentaba su candidatura a la reelección: "No hemos de renunciar a tres votos regalados, sin condiciones y que nosotros no hemos ido a buscar". Son los votos de Valls, de Ciudadanos, justo el mismo día que hemos sabido que la Junta de Andalucía -gobernada por PP, Cs y Vox- tendrá una partida de 100.000 euros destinada a atacar la política de inmersión lingüística de la Generalitat. Acercarse a Ciudadanos tiene estas cosas: que es muy difícil salir impoluto cuando el ventilador del odio se pone en marcha.
Votos regalados, sin condiciones y que no ha ido a buscar. Por una de las tres cosas que apunta como verdades irrefutables que no fuera cierta ya tendría que dimitir. Pero es que, en su momento, cuando se peleen, sabremos que todas eran mentira. No han sido regalados, han pagado un peaje y los han ido a buscar. Ernest Maragall decía estas últimas horas que en esta negociación suya con Colau habían caído todas las caretas. En eso no tiene razón el alcaldable republicano. Hace tiempo que la alcaldesa de Barcelona demostró que ni estaba a la altura del cargo que ocupa ni que sus principios políticos pasaran por delante de su interés personal. No es la única que lo ha hecho, ni será la última, pero algunas lecciones a partir de ahora ya no las podrá dar.