La sociedad catalana lleva desde el lunes, día en que se produjeron las detenciones de nueve independentistas catalanes, entre indignada y aturdida por la bateria de rumores convertidos en informaciones, filtraciones de la Guardia Civil y titulares escandalosos que no buscan otra cosa que trazar de la manera que sea un nexo de unión que permita vincular el movimiento independentista catalán con la violencia primero y ahora directamente con el terrorismo.
Cuando uno piensa que ya lo ha visto todo y que es difícil superar algunas de las mentiras e infamias de estos últimos años, cuando uno ha contemplado estupefacto y también incrédulo como se construía un relato de rebelión contra el Govern, el Parlament y los líderes de la ANC y Òmnium, que en pocas fechas tendrán unas duras condenas del Supremo, y cuando uno no encuentra palabras suaves para describir la maquinaria que se ha puesto en marcha contra Catalunya y el atropello de la verdad, quizás a lo único que se puede apelar es a la serenidad y a la firmeza.
Serenidad y firmeza para no dejarse arrastrar a la ciénaga de aquellos que quieren convertir desde hace tiempo –y hasta la fecha siempre han fracasado– Catalunya en un lodazal y no tienen empacho en inventar organizaciones terroristas para explicar aquí y a fuera un inexistente terrorismo en Catalunya. Qué casualidad: justo antes de las elecciones españolas del 10-N y antes de las sentencias del Tribunal Supremo.
Y sobre todo antes de las nuevas peticiones de extradición de los exiliados en Bruselas, Ginebra y Edimburgo. ¿No será que alguien cree que en las altas instancias del poder judicial español que una extradición por terrorismo puede ser más fácil que una extradición por rebelión que ya fue negada en Alemania y Bélgica? ¿No será que se está construyendo a marchas forzadas este nuevo frame ante el temor a un nuevo fracaso en la justicia europea y de ahí que la Fiscalía de la Audiencia Nacional hable de "la construcción de una República catalana, sin descartar la violencia"?
El movimiento independentista catalán es radicalmente pacífico por convicción y porque este es el camino que ha escogido. Son los más de dos millones de catalanes que han protagonizado la revuelta de las sonrisas, que han acudido a manifestaciones multitudinarias, que han ganado todas las elecciones al Parlament de Catalunya desde el año 2012 en que se puso en marcha el movimiento de la mano de Artur Mas y de Oriol Junqueras, y más tarde con Carles Puigdemont al frente, y que han plantado cara a la represión sin otra defensa que su propio cuerpo los que hoy se sienten unos represaliados y otros encarcelados o con procesos judiciales pendientes. Y todos interpelados por hacer pacíficamente de un referéndum de independencia su bandera política.