Aunque la amenaza de Vladímir Putin a Suecia y Finlandia de graves repercusiones militares y políticas si ingresan en la OTAN puede sonar a extemporánea, el comportamiento autócrata del presidente de la Federación Rusa tras su invasión de Ucrania debería acostumbrar a Occidente a medir mejor sus actos de intimidación. Nada es gratuito en la era de los tiranos y esa debería ser una lección, al menos, mientras dure el actual conflicto bélico que ha entrado en su segundo día en medio de una soledad pasmosa de Ucrania que solo salva la política declarativa mientras las fuerzas militares rusas tratan de hacerse con el control de todo el país. Y ello, en un momento en que parece confrontarse la impotencia de Occidente frente a la impunidad de Putin, los miramientos de los primeros y una opinión pública que, hoy por hoy, nada tiene que ver con el grito unánime del "no a la guerra" frente al que se llamó el Trío de las Azores: Bush-Aznar y Blair.

Contra aquellos tres, que se saltaron los contrapesos de la comunidad internacional y también tiraron por el camino de en medio en la búsqueda de una gloria que no solo no alcanzarían sino que únicamente obtuvieron la reprobación, la izquierda lo tenía muy fácil y aún recuerdo aquellas icónicas portadas en 2003, tras la invasión de Iraq, cuando Barcelona era la capital mundial de la paz y 1,3 millones de personas salieron a la calle para protestar. Este viernes eran unos pocos centenares de personas en la plaza Catalunya, la gran mayoría ucranianos, mientras nada parecía afectar a la gente que entraba y salía sin perder la compostura, por ejemplo, de El Corte Inglés. Debe ser que, en estas circunstancias, cuesta más ser antiruso que antiamericano y, por descontado, hay que ser anti-OTAN aunque la organización atlántica se mueva por ahora más como una fuerza militar de defensa que de ataque. 

No es suficiente con decir que Vladímir Putin es un político fanfarrón -incluso este viernes en medio de la invasión se permitía instar a los militares ucranianos a realizar un golpe de estado contra su presidente y tomar el poder asegurándoles que con ellos el diálogo sería más fácil-. Se ha demostrado que es capaz de llevar a cabo sus amenazas invadiendo Ucrania, enfrentándose a Europa y a los Estados Unidos mientras unos se excusan en su impotencia y los otros en la distancia del escenario de los hechos. Europa no encuentra la respuesta a dar al conflicto y se constata nuevamente que su influencia es muy pequeña y su capacidad de réplica tanto militar como política más que deficiente.

Lo ha puesto de manifiesto el anterior presidente del Consejo Europeo y actual presidente del Partido Popular Europeo, Donald Tusk, que directamente ha acusado a Alemania, Italia y Hungría de bloquear sanciones más duras a Rusia. Es posible que su origen polaco tenga algo que ver con la agresividad dialéctica pero no son unas manifestaciones de un político cualquiera. La división europea y la frialdad táctica de Biden dibujan un horizonte en que Rusia parece llevar una gran ventaja a la espera del impacto de las sanciones económicas, que tampoco serán inmediatas en su ejecución y mucho menos en su impacto real en la población rusa, aparentemente preparada para resistir por un bien que creen superior como es la defensa de lo que muchos consideran una parte de su territorio.