Es muy probable que el presidente de la sala segunda del Tribunal Supremo que ha juzgado a los presos políticos catalanes tan solo lo imagine pero es necesario que se le diga alto y claro: la filtración de la sentencia, que parece que se va a hacer pública este lunes, ha causado un innecesario estrés a los nueve encausados, a sus familias y a sus amigos. No sé si ha sido una mirada de odio o una crueldad añadida a lo que ya han pasado Oriol Junqueras, Jordi Turull, Josep Rull, Joaquim Forn, Dolors Bassa, Raül Romeva, Carme Forcadell, Jordi Sànchez y Jordi Cuixart, que llevan alrededor de dos años en prisión. Seguramente, han pasado el peor fin de semana de su vida, con una condena filtrada que ya saben que no les devolverá, cuando se haga pública en las próximas horas, la libertad robada, ni podrán volver a estar con sus familias en tiempo, ni con sus amigos, ni verán crecer a sus hijos, ni acompañar a sus padres. Ni tantas otras cosas porque el Estado hace tiempo que concluyó que con una condena ejemplar aplastaría la revuelta catalana.
Y los sabemos inocentes a todos ellos de las graves acusaciones que se formularon en el juicio y de la sentencia que se dictará este lunes. Lo creemos firmemente sus amigos, que los conocemos, sabemos de su honestidad, de su buen criterio y de su compromiso con la democracia, la no violencia y el bien común. Pero también lo cree una parte muy importante de la ciudadanía catalana, mucha de la cual ni les ha votado nunca ni les votará. Simplemente, porque el atropello de muchos de sus derechos que han padecido es flagrante, como se irá viendo una vez se diseccione la sentencia. Nada de ese estado de ánimo lo cambiará ninguna sentencia por más cruel que sea. El juez Manuel Marchena y los otros seis miembros del tribunal redactarán y firmarán una sentencia que poco se corresponde con los hechos vividos, en opinión de juristas, y que un día Europa hará añicos en muchas de sus partes.
Catalunya va a entrar en cuestión de horas en una dimensión desconocida. Nadie puede calibrar con precisión cual será la respuesta de la sociedad catalana, que ha acumulado estos últimos dos años un enorme dolor por la prisión y el exilio de sus representantes electos y la desproporcionada actuación de las fuerzas de seguridad del Estado en el referéndum del 1 de Octubre. La sentencia del Supremo no será una cosa más: tocará directamente la fibra de muchos cientos de miles de catalanes, de más de dos millones de personas, interpeladas directamente por el Tribunal. No se hubiera tenido que llegar nunca a esta situación, máxime con una sociedad como la catalana que basa en el diálogo su mayor fortaleza. ¿Por qué no se ha hecho? ¿Por qué el discurso del Rey del 3 de octubre? ¿Era necesario vejar permanentemente a la sociedad catalana? ¿Acorralarla hasta buscarla rendida?
En todos los momentos de la historia, el catalanismo en su momento y más recientemente el independentismo, el que ocupa por derecho propio el espacio central del país, ha sabido dar una respuesta acorde con el embate que tenía enfrente teniendo en cuenta tres premisas: la resiliencia, la dignidad y sus ansias de libertad.