La política, como la vida, está llena de paradojas. Una de ellas se ha producido este domingo y cualquier catalán mínimamente informado podía entrar en estado de shock después de leer al expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero animando a su sucesor Pedro Sánchez a profundizar en el diálogo con los independentistas catalanes. Además, Zapatero era contundente al asegurar que los dirigentes políticos actualmente en prisión o en el exilio no eran unos golpistas.
Llama la atención que haya sido Zapatero, el presidente que se echó atrás de todos sus compromisos al acceder a la Moncloa y sobre todo del que pronunció en Barcelona en 2006 asegurando que apoyaría el Estatut que aprobara el Parlament de Catalunya. De aquel Estatut recortado por las Cortes en 2006 y, más tarde, laminado por el Tribunal Constitucional en 2010 vienen una parte de los problemas de la relación entre Catalunya y España. En ambos momentos, 2006 y 2010, Zapatero era el presidente del Gobierno y no hizo nada por revertir la situación sino que permitió a Alfonso Guerra desde la presidencia de la Comisión Constitucional del Congreso airear en tono chulesco que estaba cepillando el Estatut. Todo ello entre la algarabía de los suyos.
Seguramente, es más fácil ser expresidente que presidente. Empieza a haber muchos ejemplos, Felipe, Aznar y el propio Zapatero. Dar consejos a unos y a otros o dar conferencias que gobernar. Zapatero sumó muchos errores e incumplió muchos compromisos. Pero dicho eso, bienvenido sea su atrevimiento en estos momentos y los ánimos a Pedro Sánchez para que dialogue, algo que hasta la fecha ha hecho con cuentagotas y sin resultado alguno. No piensan lo mismo Felipe González y José María Aznar, partidario el primero de una línea dura y el segundo de una durísima.
Del presidente del Gobierno depende cambiar la situación actual en Catalunya. No lo hará mientras siga pensando que el único relato político posible es el que impulsan PP, Cs y Vox. Necesita coraje, algo que hace muchos meses que no demuestra.