El president Salvador Illa ha pedido tiempo ante las demandas de la oposición para que cumpla sus promesas y desarrolle su programa de gobierno. Solo hace ocho semanas que llegó a la Generalitat, como él mismo se ha encargado de recordar estos días para justificar que su gobierno está aún más en la fase de sentar las bases de la legislatura que de desarrollar las políticas acordadas. No es el único que necesita tiempo. Esquerra Republicana, inmersa en una guerra civil cainita en el seno de la organización, también lo necesita. La intervención de los republicanos en el debate de política general celebrado este martes y miércoles en el Parlament tenía un morbo especial, ya que era la primera ocasión para pulsar su aterrizaje en la nueva realidad: en la oposición, tercer grupo en la cámara catalana y los diputados mirándose entre ellos y con cara de circunstancias.

Josep Maria Jové pasó como pudo el debate y presentó a ERC como el grupo vigilante de los acuerdos. Eso está bien en condiciones normales y su intervención no rozó el ridículo de la víspera, en que la portavoz Marta Vilalta, al referirse al discurso inicial de Salvador Illa, había señalado que era más propio del delegado de la Moncloa que de un president de la Generalitat. Curiosa manera de valorar la intervención de quien está donde está porque ha sido la dirección de Esquerra, con ella en el núcleo dirigente, la que inclinó la balanza. Quizás no tuvo su mejor día o la tensión interna en el partido acaba haciendo muchos más estragos de los que se ven desde fuera, pero si de algo no pecó el president en su intervención fue de realizar un discurso que no reconociera a ERC. Jové estuvo más profesional y dejó para los que vengan después del congreso de Esquerra del 30 de noviembre, la oportunidad de acercarse más al Govern o de tomar más distancia.

Tiempo también necesita Junts per Catalunya, que tiene también un congreso dentro de un par de semanas y que, aunque no se esperan grandes novedades, sí que les servirá para tomar el pulso a la nueva realidad: oposición y oposición. No hay otro carril para circular en estos momentos y en las circunstancias políticas actuales. La intervención del presidente de su grupo parlamentario, Albert Batet, fue de oposición a la catalana. Una dureza contenida sin romper las formas. Su propuesta a Illa de negociar juntos en Madrid para arrancar cosas al PSOE  tiene un recorrido limitado, aunque sería un camino efectivo si los dos partidos estuvieran dispuestos a ponerse el mono de trabajo. Perfil bajo del presidente del PP, Alejandro Fernández, quizás porque algunos de sus golpes de efecto ya son de sobras conocidos o porque es consciente de que Alberto Núñez Feijóo también necesita tiempo para hacer los cambios oportunos en Catalunya.

En Catalunya todos los partidos necesitan tiempo, mientras que en Madrid a Sánchez se le acaba

No deja de ser curioso que si en Catalunya todos los partidos necesitan tiempo por una circunstancia u otra, donde se está acabando es en Madrid. Cierto que en Madrid no hay día que no parezca que se acaba el mundo, pero la resolución de la Audiencia Provincial dejando vía libre al juez Peinado para que prosiga, en lo sustancial, la investigación sobre Begoña Gómez, la esposa del presidente, ha caído como un rayo en Moncloa y aledaños. Eso, por más que la ministra Alegría se haya dado un atracón de mentiras, una tras otra, explicando desde el atril del Consejo de Ministros lo contrario de lo que decía la Audiencia. Hay una impresión generalizada de que a Pedro Sánchez el tiempo se le acaba y de que, sin presupuestos, la partida llega a su final. En la otra acera, el PP, llora sus errores con la tramitación de la ley que recortará la estancia en prisión de los reclusos de ETA de larga duración y que han estado encarcelados en varios países. Para el PP, el tiempo se acaba y tampoco sabe si eso es bueno. O lo contrario. Así, es muy difícil que algo le salga bien.