Cuando Inés Arrimadas decidió hace unos meses trasladarse a Madrid y abandonar a sus compañeros de partido del Parlament estaba claro que no pasaría mucho tiempo sin ofrecer una de las bochornosas jornadas a las que estábamos tan acostumbrados en Barcelona. Y así ha sido este sábado, durante la manifestación para celebrar el Día del Orgullo LGTBI que tuvo que abandonar, ya que no se puede estar en misa y repicando. Es de ilusos pensar que se puede pactar con homófobos y hacerse fotos con conocidos ultras y pensar que te aplaudirán cuando acudes a una manifestación como la celebrada en las calles de Madrid.
Tantos años de infamia sobre Catalunya y de aplausos y parabienes de una parte muy significativa de los políticos y medios de comunicación españoles le han dado bula hasta la fecha para decir más de una barbaridad. Sin darse cuenta, más de uno, que fuera de la provocación y del odio, los naranjas no tienen oxígeno para sobrevivir. Necesitan permanentemente la crispación y el enfrentamiento con quien sea. Hoy los fascistas son los colectivos LGTBI, como antes eran los independentistas catalanes, los habitantes de Alsasua, Puigdemont, Torra... Todos, menos los que realmente lo son y evita definirlos así. Siempre el marco de fractura como referente político.
Su salida de tono pidiendo la dimisión del ministro Fernando Grande-Marlaska sigue el patrón de lo realizado durante los últimos años en el Parlament. Así, pide la dimisión, tildándole de irresponsable por alimentar el odio contra Ciudadanos. Lo mismo que les decía a Puigdemont, Torra o a los diferentes consellers de la Generalitat. A Marlaska le define como "la versión sanchista de Torra" y le acusa de "ponerles en la diana de la manifestación": Las hemerotecas están llenas de descalificaciones no muy diferentes a esta de la líder naranja cuando ha hablado de líderes independentistas.
Por cierto, Arrimadas nunca tuvo que abandonar una manifestación en Catalunya. ¿Será que la crispación y la fractura social son superiores en Madrid?