Los que no hemos nacido en Barcelona pero en muchos aspectos nos consideramos barceloneses sentimos hoy un orgullo especial de nuestra ciudad. De golpe, poco antes de las 17.00 horas de este funesto día que formará parte de la historia de la ciudad, todo cambió. Como antes en París, Berlín, Londres, Estocolmo y Niza, un conductor suicida se precipitó contra la multitud en una zona céntrica. Fue en La Rambla, uno de los iconos globales de la capital catalana y donde el bullicio y la diversión son permanentes durante más de 18 horas al día. No se puede decir que fuera una gran sorpresa ya que hoy en día no hay ciudad libre de riesgo y la alerta de seguridad es desde hace muchos meses de cuatro sobre cinco. Pero qué más da: nunca se está preparado para una masacre terrorista.
Hace veinticinco años, Barcelona se proyectó al mundo con los Juegos Olímpicos en unas fechas como las de ahora, en pleno verano. Muy pocos conocían la ciudad y fuera de Europa era una absoluta desconocida. Barcelona hoy está en el mundo de los negocios y del turismo, del deporte y de la cultura, del ocio y de la ciencia, de la medicina y de la arquitectura. Se la admira, se la respeta. ¿Quién no quiere ir a Barcelona? Lo que en 1992 era una presentación en sociedad de la ciudad en un momento festivo, este 2017 ha sido volver a llenar los informativos de todo el mundo con una noticia trágica. Y Barcelona ha estado a la altura. Sus ciudadanos han estado a la altura, acudiendo en masa a los hospitales para donar sangre, abriendo bares y restaurantes para las personas atrapadas y sin dinero, facilitando hospedaje en los hoteles. Taxis, autobuses, establecimientos comerciales, grandes almacenes, todos ellos fueron, al mismo tiempo, lugares de encuentro de personas perdidas, desamparadas, asustadas. ¡Claro que miles de barceloneses quedaron en estado de shock!
Pero, al mismo tiempo, los hospitales se llenaron de personal que interrumpió sus vacaciones y lo mismo sucedió en la Guardia Urbana, los Mossos d'Esquadra, bomberos, conductores de ambulancia y otros servicios básicos. Una hora después del atentado, con todas las hipótesis y muchas incógnitas encima de la mesa, se reunía un gabinete de crisis encabezado por el president Puigdemont y con asistencia de diferentes miembros del Govern, la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, y el delegado del Gobierno español, Enric Millo, así como de responsables de los diferentes cuerpos y fuerzas de seguridad con efectivos en Catalunya. Claro que hubo un atentado y una masacre, pero la imagen de una respuesta institucional enérgica, unitaria y rápida fue la mejor señal de un país serio en un día negro. Un 17 de agosto que Barcelona no podrá olvidar, pero del que se sabrá sobreponer con la energía que le da, como dijo el president Puigdemont, la firme convicción de que la democracia doblegará al terrorismo y la barbarie.