La vergüenza deportiva protagonizada por el Barça el pasado sábado por la noche en el estadio Nuevo Los Cármenes de Granada marca quizás el punto más bajo de un club que olvidó hace demasiado tiempo cómo se juega al fútbol en la élite continental. Las contundentes estadísticas de derrotas o empates fuera del Camp Nou, el aburrimiento casi permanente durante muchos períodos de los partidos, pese a contar con una de las mejores plantillas del momento, el desbarajuste táctico en el equipo donde cada uno hace lo que quiere y la falta de liderazgo en el área técnica han desnudado a las primeras de cambio la decisión de renovar en el banquillo a Ernesto Valverde y el enorme error que se cometió. La directiva quiso, seguramente, guardarse un as por si las cosas no iban bien, pero lo cierto es que han ligado su futuro al del entrenador.
Que el ciclo de Valverde está acabado lo sabe todo el mundo. Solo hace falta ir cada quince días al Estadi para escuchar los murmullos permanentes ante todas sus decisiones. Una directiva timorata y empachada de ego fue incapaz de tomar la única decisión posible si quería mandar un mensaje claro y contundente al vestuario y a la afición. El Barça es hoy un equipo mediocre que no juega a nada, se ha olvidado del buen fútbol y sus partidos son enormemente aburridos. Si hace unos años ir al Camp Nou era disfrutar cada día, hace mucho tiempo que estas sensaciones se perdieron.
El mundo del deporte es caprichoso y es posible que los resultados, hoy muy negativos, cambien. Pero aunque así sea, el fútbol que conocimos difícilmente volverá. La entidad necesita repensarse de arriba a abajo después de los fracasos de Roma (2017) y Anfield (2018) y que la última Champions se remonte a 2015. Todo aquel pasado brillante se ha dilapidado pese a hacer inversiones millonarias en la plantilla. En un club en el que nadie hace lo que se espera de él y que ha perdido la identidad de club serio y ganador.
A este paso, la temporada se hará muy larga.