Con el barcelonismo aún hundido y postrado en su particular lecho del dolor por la vergonzosa eliminación del equipo en las semifinales de la Champions el pasado martes, directiva, entrenador y jugadores se reencontrarán este domingo por la tarde con su afición en unas condiciones impensables cuando se despidieron del Camp Nou el pasado 1 de mayo tras ganar 3-0 al Liverpool. El 4-0 de Anfield cierra una etapa, y aunque está pendiente la Copa del Rey del próximo 25 de mayo, el balance no cambiará: se ha perdido una oportunidad única para ganar la Champions, que era el primer objetivo de esta temporada, y lo que ahora necesita el club es algo más que un remiendo para salir del paso y debe abordar toda una revolución.
Aunque la directiva calla y el entrenador Ernesto Valverde dice sentirse con fuerza para continuar en el club y hacer valer el contrato que renovó el pasado mes de febrero por una temporada y otra opcional, es un secreto a voces en los pasillos del club que esto no será así. Si después de la final de Copa no dimite, la intención de la directiva es cesarlo. Dos temporadas seguidas eliminados por Roma y Liverpool tras cómodas victorias en el primer partido en casa por 4-1 y 3-0 demuestran, cuando menos, que el equipo es incapaz de abordar los grandes compromisos y prepararlos como corresponde. El rostro desencajado de Valverde en Anfield y en Roma se parecía demasiado al de Unai Emery, el entrenador del París Saint Germain que en 2017 viajó a Barcelona con un 4-0 y perdió por 6-1 en el Camp Nou.
Aunque el balance de Valverde no puede ser tildado de negativo ni mucho menos, ya que ha ganado dos Ligas en dos temporadas y consiguió un doblete en la primera y puede lograrlo también este año, las dos debacles en la Champions hacen que la confianza que pueda llegar a conseguir en el Barça esté muy lejos del mínimo posible. Aunque las elecciones no están previstas hasta 2021 y Bartomeu no se podrá presentar, es obvio que los cimientos del club siempre se tambalean con fracasos deportivos como el de esta semana.
La próxima podría ser la última si la comunión entre directiva y aficionados no se restablece y eso necesita, en primer lugar, un nuevo entrenador, varios fichajes, rejuvenecimiento de la plantilla y salida de algunas de las estrellas que ya no aportan lo de temporadas anteriores. Toda una revolución para una directiva que prefiere pasar por timorata que por atrevida y audaz.