Aunque hay diferentes noticias que merecerían la atención, como el debate de la sequía en el Parlament de Catalunya —aburrido y poco interesante para la gravedad del momento, tanto por parte del Govern como de la oposición; la desautorización de Suiza al juez García-Castellón por unir Tsunami a terrorismo —¿por qué el ministro Bolaños ha retenido desde el 29 de diciembre la respuesta suiza y se la ha sacado justo en este momento de la manga en vez de tramitarla en tiempo y forma a la Audiencia Nacional?— o también la lentitud con que el PSOE se está adaptando a la nueva realidad de la política española tras las elecciones gallegas —el precio de los acuerdos ha subido en la misma proporción que han bajado los votos socialistas—, dedicaré el artículo a una información que me ha parecido clamorosa: más de un millón de pasajeros que volaron de Barcelona a Asia entre agosto de 2022 y julio de 2023 se vieron obligados a pasar por uno o más aeropuertos interpuestos por la falta de rutas directas.
Las cifran hablan por sí solas y son realmente explosivas. Acaba siendo una media diaria de 2.740 personas que se ven perjudicadas directamente y eso sin contar las que, si Barcelona tuviera vuelos directos a Asia, acabarían pernoctando o pasando por la capital catalana. Ya sé que el debate sobre El Prat ha acabado siendo más bien una conversación cuasi religiosa sobre una determinada concepción de vida y de planeta que una discusión seria, con números y bases reales. No es el único tema en esta Catalunya que acaba maltratado porque hay una corriente de fondo que penaliza cualquier disputa si uno se aleja de la ortodoxia política. En parte, por eso también los partidos catalanes se encuentran enormemente cómodos con los denominados pactos nacionales, que, lejos de ser una excepción, han acabado normalizándose tanto que a veces cuesta distinguir qué propone el Gobierno y qué la oposición. Seguro que estamos en el récord Guinness de pactos nacionales.
Es necesario ampliar el aeropuerto. Se puede discutir cómo se hace, pero no que se mantenga en el tiempo la situación de bloqueo
A todo esto, hemos dejado de lado la opinión de los expertos sobre qué necesita el aeropuerto de El Prat, cómo puede ser más competitivo y cómo Catalunya puede sacar más provecho a los 50 millones anuales de pasajeros que marca la saturación de la instalación. Acabaremos encontrándonos con el problema, eso lo sabe todo el mundo, porque los gráficos de la evolución así lo constatan. Como hemos acabado encontrándonos con la falta de agua y ya veremos qué acaba pasando en verano, la auténtica pesadilla, en estos momentos, de los que temen una primavera bajo mínimos que dé paso a un riguroso estío. Y, entonces, no serán los payeses los que protestarán si eso pasa, a quienes, al final, siempre se les hace menos caso del que merecen aunque todo el mundo se llena la boca con ellos. Será el turismo, un motor básico de la economía catalana el que se tambaleará, porque correrá como la pólvora que en otros destinos el descanso estival es más placentero y tiene menos riesgos.
En estos momentos, el 24% del tráfico intercontinental de El Prat tiene como destino el área de Asia/Pacífico y va en aumento. En el período analizado, el incremento de los pasajeros indirectos, o sea, los que tuvieron que hacer escala, fue de un 130% respecto al mismo periodo anterior. Algunos destinos asiáticos con Barcelona ya tienen más pasajeros indirectos que antes de la pandemia: por ejemplo, los aeropuertos pakistaníes de Islamabad (un 83% más), Lahore (82%) y Sialkot (23%); así como los de las ciudades indias de Delhi (8%) y Bombay (5%), o Singapur (16%). Es necesario ampliar el aeropuerto. Se puede discutir cómo se hace, pero no que se mantenga en el tiempo la situación de bloqueo porque acabará siendo un problema más real del que ya empieza a ser. Ojalá que cuando se tome la decisión no sea, como con la sequía, demasiado tarde. Y se hayan perdido muchos años.