Una de las singularidades de la Catalunya de finales del siglo XX y de las dos décadas que llevamos del siglo XXI es que ha sido capaz de situar entre los principales referentes mundiales de la medicina y en diversas especialidades clínicas a varios profesionales de primerísimo nivel. De entre todos ellos, el oncólogo Josep Baselga, fallecido este domingo en la Cerdanya, estaba claramente entre los más prestigiosos y no solo por su destacada trayectoria, que le llevó a dirigir el considerado mejor centro oncológico de investigación del mundo, el Memorial Sloan-Kettering Cancer Center, sino por el legado que deja como figura indiscutible en la búsqueda de nuevos tratamientos en la lucha contra el cáncer, sobre todo de mama.
Tuve ocasión de conversar en varias ocasiones con Baselga, tanto en Nueva York como en Barcelona, con motivo de premios que recibió, en conferencias que pronunció y en ocasiones también en un contexto mucho más distendido. Recuerdo una escena veraniega de José Manuel Lara Bosch, el presidente del Grupo Planeta, fallecido en 2015, siempre genio y figura, después de una cena en la zona alta de Barcelona, de intentar aleccionar, con su habitual contundencia dialéctica, contra el cáncer al profesor Baselga que guardaba un educado silencio.
Era inevitable siempre acabar hablando con Baselga del cáncer, de sus avances, y era entonces cuando se observaba su optimismo porque estuviéramos al principio del final de que esta enfermedad figurara siempre en el primer lugar del ranking de mortalidad. Además de un optimista nato, incluso en las circunstancias más difíciles, era un luchador impenitente por la vida de sus pacientes, a los que siempre les ofrecía una opción nueva, a veces incluso revolucionaria, obstinado como estaba en acercar rápidamente la llegada de los avances médicos a los pacientes para no dar nunca por perdida una batalla.
Su muerte a los 61 años, víctima de la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, un trastorno neurológico degenerativo mortal y de evolución rápida, que a día de hoy no tiene tratamiento y que es una de aquellas enfermedades que se pueden considerar raras, con poco más de una docena de casos nuevos al año en Catalunya, trunca una carrera inacabada, aunque su inconmensurable legado en la investigación contra el cáncer y en la oncología personalizada sin duda perdurará.
Cuando en julio de 2016, Baselga junto a los también oncólogos Manel Esteller y Joan Massagué recibieron el XXVIII Premi Internacional Catalunya de manos del president Carles Puigdemont, hubo una escena impagable de los tres juntos en el Salón Sant Jordi del Palau de la Generalitat. El talento catalán disperso por el mundo recibía, al fin, un reconocimiento del que nos debíamos sentir orgullosos como país. Esteller, a las pocas horas de conocer la muerte de Baselga, escribió en las redes sociales que se había perdido "un talento extraordinario y un pionero de la oncología moderna".