Un buen conocedor de Pedro Sánchez me comentaba recientemente que el principal encargo que tiene Josep Borrell, como ministro de Asuntos Exteriores, es recuperar la iniciativa en la batalla que ha perdido España en la opinión pública internacional en el caso catalán. No deja de ser paradójico que la punta de lanza de un conflicto que el gobierno español ha pretendido desde 2012 que fuera exclusivamente doméstico haya sido siempre invariablemente el ministro de Asuntos Exteriores. Lo fue con José Manuel García-Margallo, en los casi cinco años que permaneció al frente de la cartera del Palacio de Santa Cruz. De su época como ministro (2011-2016) son aquellas célebres declaraciones en las que aseguraba sin rubor alguno que los favores y compromisos adquiridos con varios estados para que apoyaran a España en el tema catalán se pagarían durante años. Le siguió Alfonso Dastis, el silencioso, un alto funcionario del Estado del que no se conoce que tuviera ninguna idea, ni buena ni mala.

Y, en eso, llegó Borrell. El exministro sabe hacer titulares... y provocar incendios. Es un profesional de la bronca política y a sus 71 años lleva más de diez retirándose de la primera línea política. De hecho, solo sus sonados fracasos en Abengoa y en el Instituto Universitario Europeo de Florencia y el aburrimiento le llevaron a jugar un papel activo contra el independentismo. Primero con las balanzas fiscales y más tarde aupándose como uno de los oradores estrella de Societat Civil Catalana. Y en eso estaba cuando le llegó la oferta de Pedro Sánchez. Cuando fue nombrado hace menos de diez días, comentamos que Borrell iba a ofrecer días de gloria a los amantes de la fractura y la división en Catalunya, pues hereda un cierto componente naranja, por Ciudadanos.

Sus declaraciones de que Catalunya está al borde del enfrentamiento civil son mentira e irresponsables. Un ministro de Asuntos Exteriores no es el ministro de Propaganda. Atrás deben quedar sus amenazas públicas de que había que desinfectar Catalunya pronunciadas en un mitin electoral y sus risas sobre mosén Junqueras. Que el PSC salga en tromba a defenderle no hace sino situar al flamante ejecutivo de Pedro Sánchez ante su cruda realidad: no va a haber una política específica para Catalunya ni una relación bilateral. Porque lo que realmente mola y da votos sigue siendo una política en contra de Catalunya. La carrera de querer ser todos como Ciudadanos seguramente asfixiará a la formación naranja pero impedirá sentarse a negociar y a hacer política.