El acuerdo que han cerrado Pere Aragonès y Jordi Sànchez para que el primero sea investido president de la Generalitat y Junts per Catalunya tenga la mitad de conselleries del nuevo Govern, incluida la vicepresidencia, tiene todos los ingredientes necesarios de un buen pacto. Es un acuerdo equitativo en el que las dos formaciones tienen aspectos para estar satisfechos pero también algún que otro motivo de preocupación por alguna cesión enormemente incómoda; salvaguarda el 52% de voto independentista y los 74 escaños alcanzados el 14-F, bloqueando la convocatoria automática de unas nuevas elecciones en el mes de julio; restituye la confianza perdida por parte del mundo soberanista en los partidos independentistas después de un espectáculo durante estos más de tres meses que ha tenido momentos, ciertamente, esperpénticos y dignos de ser olvidados; y, finalmente, la historia ha tenido un final feliz ya que cualquier otro resultado hubiera hecho descarrilar el complejo proceso del camino hacia una república catalana.
Aragonès y Sànchez se dieron un apretón de manos en los jardines del Palau Robert que, necesariamente, deberá ser sincero, ya que el independentismo no se puede permitir un Govern con el listón tan bajo como el de los últimos años. Ha habido excepciones, claro que sí. El propio Pere Aragonès, Ramon Tremosa y Jordi Puigneró son tres consellers que han estado por encima de la media. Pero hay nombres que no han estado a la altura de la difícil etapa que les ha tocado vivir y para la que, ciertamente, quizás no estaban preparados. Este va a ser, necesariamente, el talón de Aquiles del nuevo Govern: un nivel de profesionalidad superior en un momento en que se sabe con anterioridad cuáles son los retos y no valdrán, como en el pasado, excusas. Ni dispondrán de los cien días de gracia que se otorgan a cualquier nuevo ejecutivo.
Cerrado el documento de 46 páginas que sirve como certificación del pacto político entre Junts y ERC y que recoge en su inicio cuál debe ser la estrategia independentista para materializar la República catalana, los espacios de coordinación y la compatibilización de estrategias, llama poderosamente la atención los numerosos mecanismos de coordinación y de seguimiento. Que ambos partidos se hayan querido proteger ante los desencuentros que necesariamente vendrán es una prueba de madurez y una voluntad expresa de querer revertir la agonía de la última legislatura.
Se abre ahora un periodo de muy pocos días para la confección del nuevo Govern, que tomará posesión inmediatamente después de la investidura de Aragonès y su toma de posesión solemne en el Palau de la Generalitat. Las previsiones que se barajan sitúan en este martes -esta vez sí- la última reunión del Consell Executiu actual. Los nuevos miembros tomarían posesión el martes que viene. De acuerdo con la paridad acordada y teniendo en cuenta que el número de miembros del Govern será de 15 -el president y 14 consellers, siete de cada partido-, la posición inicial tanto de Aragonès como de Sànchez sería que cada partido tuviera tres consellers hombres y cuatro mujeres, dando paso así al primer Govern con más mujeres que hombres.
Inicialmente, hay muchos nombres probables pero pocos absolutamente seguros. En el caso de ERC, dos: Laura Vilagrà a Presidència, y Roger Torrent; y, en el caso de Junts, el doctor Josep Maria Argimon para Salut. Esquerra deberá encajar de entre los actuales consellers, si puede, a Ester Capella y Alba Vergès; y Junts, a Puigneró y Tremosa. Y, entre los nombres con opciones, los diputados Elsa Artadi, Gemma Geis, Anna Erra, Josep Rius y Albert Batet por parte de la formación de Puigdemont y Lluís Juncà, Joan Ignasi Elena y Dionís Guiteras por ERC. Vamos, más cabezas que sombreros y seguro que nuevos nombres en los próximos días.