La petición de Alberto Núñez Feijóo a Junts per Catalunya y el Partido Nacionalista Vasco para que revisen su apoyo a Pedro Sánchez y al gobierno socialista no deja de ser un brindis al sol. Ni hace cosquillas al PSOE ni mueve un milímetro a Junts y al PNV por más empaque que dé a sus palabras el dirigente popular o el hecho de que las pronuncie desde Bruselas. A veces, parece como si Feijóo pensara que ya le harán el trabajo los demás. Porque, cómo se va a pelear él, por ejemplo, con Isabel Díaz Ayuso, que al instante siguiente a que Laura Borràs, la presidenta de Junts, dijera que no había que descartar ninguna hipótesis, salió a la palestra pública, como si un resorte le obligara a ello, señalando que ella "con aquellos que desprecian a España no iría a ningún lado". La presidenta de la Comunidad de Madrid ejerciendo de tarro de las esencias, igual que José María Aznar, que parece haber borrado de su memoria que fue él quien acudió a suplicar los votos de Jordi Pujol y pasó en un instante de alentar a los suyos a que corearan aquello de "Pujol, enano, habla en castellano" a hablar catalán en la intimidad.
Magias de la política, ciertamente. Pero a Aznar no le tosió nadie del PP en aquel brusco quiebro político, y entregó la correspondiente cabeza de Alejo Vidal-Quadras, que dejaría la dirección del PP catalán en el Parlament y la presidencia del partido pocas semanas después del pacto del Majestic entre el PP y CiU. Feijóo está convencido, o así lo parece, de que la corrupción que envuelve al PSOE y a Sánchez hará caer más pronto que tarde al inquilino de la Moncloa. Quizás tiene razón, pero si de algo ha hecho gala Sánchez, ha sido de una resiliencia fuera de lo común y de aprovechar como ningún otro político sus oportunidades. Para él, en estos momentos, seguramente, solo hay dos escenarios: o saca los presupuestos generales del Estado de 2025 e intenta ganar, a partir de aquí, impulso para agotar la legislatura. O bien, no logra aprobarlos y también intenta llegar, como sea, a 2027.
Frente a Sánchez, el PP parece acuartelado entre sus propias paredes, como esperando un milagro
En este segundo supuesto, el Parlamento no aprobaría leyes, pero, francamente, esto le da igual mientras esté inmerso en tantos casos judiciales relacionados con la corrupción del PSOE y de su entorno familiar. Feijóo, en el otro lado del cuadrilátero, espera. No por estrategia, sino porque no sabe hacia donde moverse. Y el chapapote judicial que existe, tampoco arreglará el camino que ha de hacer la política. Sirva como ejemplo la querella contra el PSOE presentada por el PP ante la Audiencia Nacional por los presuntos delitos de financiación ilegal, soborno y tráfico de influencias. No es en este terreno en el que se debe realizar la actividad política, ya que la justicia va haciendo su camino y los populares no harán más presión y, además, se arriesgan a que se inadmita. ¿No hubiera sido mejor una ronda con los partidos, con los máximos posibles, para abordar la situación política?
Este es el terreno de juego de la política. Otra cosa es que nos hayamos acostumbrado tanto a la judicialización de la política, que todo acabe emponzoñado en los juzgados y la ciénaga cada vez sea mayor. Dice Feijóo que PNV y Junts —que entonces era el PDeCAT— abandonaron a Mariano Rajoy en 2018, ante los casos de corrupción del PP, y facilitaron la moción de censura de Sánchez. Tiene razón, pero todo ello aconteció porque el PSOE se subió al carro de una operación política que parecía imposible y que le salió bien, en parte, también, por la incompetencia de los populares, que nunca se la creyeron, la ningunearon y erraron del todo. Aquel PSOE desplegó sus tentáculos al máximo. En cambio, este PP parece acuartelado entre sus propias paredes, como esperando un milagro. Tiene el 'no' de Junts, como señaló Jordi Turull, que habló de que la moción de censura era una fantasía. Pero es que, en política, no se regala nada. Y si no, que se lo pregunten a Sánchez, que primer consiguió zafarse de Esquerra y muchas de sus promesas a Junts continúan en el tintero.