Diecisiete días después de la catástrofe de la DANA en el País Valencià, que lleva contabilizadas hasta la fecha 216 víctimas mortales, el president de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, ha comparecido ante las Corts Valencianes para dar cuenta de su gestión. Lo ha hecho sin humildad alguna, con mentiras reiteradas y, lo que es peor, pensando que puede ser parte de la reconstrucción para aquellos que lo han perdido todo, cuando ha sido parte de la destrucción que ha sufrido València.
En lo único que todos podemos estar de acuerdo del contenido de su extensa intervención es en que la situación superó todas las previsiones: no solo las climatológicas y los protocolos establecidos, algo que es una obviedad. Superó también las peores previsiones que uno puede hacer sobre como reaccionará alguien que ocupa un cargo público tan importante. Y ahí está, en su ausencia del puesto de mando en horas vitales, cuando Xiva, por ejemplo, ya estaba desbordada, la ciudadanía necesitaba del capitán del barco para tomar decisiones y este estaba de sobremesa en un restaurante con una periodista.
Nadie esperaba su dimisión, pero solo podía dimitir. Nadie esperaba luces largas tras la catástrofe y Mazón solo ofreció no presentarse a la reelección si no era capaz de liderar y reconstruir el País Valencià. Diecisiete días después, sigue sin entender que, por más que intente aparentar, es un cadáver político al que no se puede enterrar, fundamentalmente porque Vox no vota a un nuevo president y, en estas condiciones, el Partido Popular no puede ir a elecciones, ya que las fisuras en muchos de sus frentes son demasiado evidentes. La dirección del PP de Madrid ha optado por abandonarlo a su suerte, tomar distancia de sus decisiones y encomendarse a San Judas Tadeo, el patrón de los casos imposibles y de las causas desesperadas. De aquellos primeros abrazos entre Feijóo y Mazón, se ha pasado a una actitud mucho más fría, ya que el president valenciano carece de resortes para seguir a flote y su carrera política, en condiciones normales, está acabada.
Mazón es un cadáver político al que no se puede enterrar porque Vox no votaría a un nuevo president y el PP no puede ir a elecciones
El pleno de la cámara autonómica fue, por tanto, una plasmación de esta debilidad parlamentaria. Empezando por la posición del PSPV y su portavoz, la exministra Diana Morant, que le reclamó la dimisión, pero ofreció los votos de sus diputados para que el PP conservara la presidencia del Consell, a cambio de convocar elecciones en 2025. Fue un dardo envenenado, el de Morant, que el PP no recogerá. Pero también fue una manera de dar una solución alejada del no a todo. Sobre todo, tiene el valor de que ayuda a los socialistas a salir del debate abierto de que, si bien es verdad que el gobierno de Carlos Mazón no estuvo a la altura, el gobierno de Pedro Sánchez también careció de reflejos para intervenir ante la gravedad de lo que se avecinaba. Eso y las dos acusaciones que formulan los populares a la Moncloa y en especial a la ministra Teresa Ribera: no tuvimos la información necesaria y no se nos dio la ayuda que era imprescindible, ya que todo fueron ofertas genéricas.
Más duro que el PSOE estuvo Compromís, que no tiene ataduras de ningún tipo y puede disparar a un lado y otro. El veterano Joan Baldoví no dio respiro alguno a Mazón y fue el que más puso el dedo en el corazón del debate futuro: esto no acaba en las Corts Valencianes, sino que no descansará hasta que responda ante la justicia. No es ese un camino rápido ni seguro, pero es evidente que el número de víctimas, los destrozos producidos, la cuantía de los enormes daños materiales, conceden a esta vía un camino cuyo recorrido se desconoce.
En resumen, la comparecencia de Mazón ha sido, en cierta manera, un fraude. Su deseo de agarrarse como sea a un clavo ardiendo no debería materializarse ante el cúmulo de errores cometidos y la ineptitud demostrada. Preguntarse por qué la gente se aleja de los políticos y de la política, a veces, no necesita grandes ejercicios teóricos. Basta con ver como han respondido los poderes públicos en València y el poco respeto que se tiene con las víctimas.