A las pocas semanas de llegar al gobierno Pedro Sánchez vía moción de censura, con el imprescindible apoyo de los independentistas catalanes —junio 2018—, el ufano presidente recibió en la Moncloa al president de la Generalitat, Quim Torra. Una reunión bastante de compromiso pero que abrió una vía de comunicación a tres bandas entre la vicepresidenta Carmen Calvo, el vicepresident Pere Aragonès y la entonces consellera de Presidència, Elsa Artadi. Durante meses, Calvo, Aragonés y Artadi tuvieron un grupo de Whatsapp, que viene a ser una especie de guía de aquellos meses: desde la preparación de la famosa reunión de Pedralbes (otoño 2018), los diferentes borradores de la reunión entre Sánchez y Torra hasta incluir la referencia a la existencia de un conflicto sobre el futuro de Catalunya (diciembre 2018), la figura del relator (febrero 2019) y la negociación y el fracaso de los presupuestos generales del Estado (una semana después).
Calvo, plenipotenciaria en Moncloa aunque con menos poder que su antecesora Soraya Sáenz de Santamaría, aplicaba a los dirigentes independentistas la política del acelerón y el frenazo, en función del impacto mediático que tenían las propuestas que estaban a discusión. El grupo de Whatsapp tenía días de sorprendente silencio y se detuvo, al menos en esta primera fase, cuando tuvo lugar el fracaso presupuestario después de un apretón de la vicepresidenta que los independentistas no aceptaron, aunque sí expresaron la voluntad inequívoca de seguir negociando. Aunque la parte catalana siempre ha sido discreta, sí tuvieron la sensación, al menos en aquellos días, de que desde Moncloa se había jugado con ellos y que la decisión de ir a elecciones estaba muy decidida. Y así fue. Otra cosa es que los que se comieran el marrón de la convocatoria electoral de abril fueran ERC y JxCAT porque rechazaron los presupuestos.
He recordado diferentes conversaciones de aquellos meses al oír hablar este lunes de la gestión del Gobierno español con el Open Arms y como han mareado el barco ofreciéndole primero desembarcar en Algeciras —el puerto español más alejado y, qué casualidad, gobernado por PP,Cs y Vox—; segundo, corrigiendo el tiro hacia Balears y después culpando de todo al gobierno italiano, que no es que no tenga culpa pero nada de ello exime la penosa gestión humanitaria española. Dice Òscar Camps que Carmen Calvo quiere venderlos como los malos de la película y que explica flagrantes mentiras como que el Open Arms se negó a desembarcar en Malta.
Con la vicepresidenta también tropezaron los de Unidas Podemos cuando un documento de la formación morada para negociar la investidura se manipuló en Moncloa y allí donde ponía "propuestas" pasó a ser "exigencias" cuando se mandó a los medios de comunicación. Son solo tres ejemplos, pero todos de interlocutores diferentes. A lo mejor es que Calvo se ha acostumbrado demasiado a decir una cosa y hacer otra con gran ayuda, a veces, de un cierto apagón informativo.