Cuesta recordar una muerte política tan súbita como la de Pablo Casado: en unos pocos días ha pasado de ser el todopoderoso presidente del Partido Popular que había ganado las elecciones en Castilla-León, eso sí, teniendo que pactar con Vox, a estar más solo que la una. Sus colaboradores se han ido dando de baja, huyendo de él como si fuera un apestado; el grupo parlamentario en el Congreso ha tomado una distancia infinita; los barones del partido le han pedido que se vaya lo más rápidamente posible; ha tenido que forzar la dimisión de su secretario general, el murciano Teodoro García Egea; y el capital, que aunque parezca que no está, claro que opina, le ha abandonado a su suerte. Casado pensó ingenuamente que podía acabar con la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, por un caso de supuesta corrupción relacionado con el cobro de una comisión por unas mascarillas para el gobierno autonómico, y en un plis plas se ha encontrado que era él quien se había puesto la soga al cuello. Y así, tirando más y más, lo único que ha conseguido es asfixiarse a una velocidad supersónica.
Las cartas quedaron dadas este fin de semana y ahora solo se trata de que la derecha se reorganice como pueda con el tibio Núñez Feijóo al frente. Tiene todas las elecciones ganadas por mayoría absoluta en Galicia, pero España, y, sobre todo, Madrid es otra cosa. Feijóo, con fama de representante de la derecha moderada, llega al PP en el peor momento, ya que la autoridad y la disciplina están por los suelos y a quien tiene que intentar reducir a la mínima expresión es a Vox, una formación electoralmente rampante y que ha visto la crisis popular como una oportunidad para ganar una posición aún más ventajosa en el complicado mapa electoral. Tanto es así que algunas encuestas de este fin de semana y con el PP hundido, aventuraban ya el sorpasso de la extrema derecha.
Falta por ver qué parte del pastel se querrá quedar la presidenta de la Comunidad de Madrid, que es, en realidad, quien ha acabado tumbando a Casado. Ayuso ha anunciado que no aspira a ocupar su cargo, lo que no quiere decir que se conforme con nada o bien que Feijóo pueda prescindir alegremente de ella. Entre otras cosas, porque ella tiene el presupuesto suficiente que acaba haciendo maravillas en los diarios de la derecha madrileña: en las portadas, en los editoriales y en las informaciones. Lo mismo vale en la radio y en la televisión. Lo más probable es que, muerto Casado, Ayuso no tenga prisa y establezca una alianza con Feijóo, que es ventajosa para ambos. Mientras tanto, tendrá que resolver tres carpetas: que la Fiscalía Anticorrupción cierre la investigación que ha abierto a su hermano por el tema de las mascarillas; presidir el PP de Madrid, que con Casado se le ha resistido hasta la convocatoria del congreso y repetir los resultados de las pasadas elecciones en la Comunidad de Madrid. Con estas tres carpetas cerradas, veremos dónde fija su objetivo político.
Clarificado en pocos días el mapa de la derecha, habrá que ver si Pedro Sánchez quiere sacar partido de ello, como algunos piensan, o se resistirá al calendario electoral previsto. Con Iván Redondo en la Moncloa, hoy el palacio sería un interminable subir y bajar entre las diferentes plantas con estudios demoscópicos bajo el brazo. Quién sabe si no habría otro momento mejor con el PP y Unidas Podemos desarbolados y siendo un pulso entre el PSOE y Vox. A buen seguro la tentación ha existido, pero también es verdad que ahora la política es mucho más volátil que tiempo atrás y los adelantos electorales los carga el diablo. Y también es verdad que Pedro Sánchez no es hoy aquel político que escribió Manual de resistencia en 2019 y en el que explicaba cómo fue expulsado del partido, cómo regreso aupado por la militancia con audacia y cómo consiguió la presidencia con promesas al independentismo catalán que nunca cumplió.