Se han cumplido este fin de semana 62 años de la elección en la ciudad de México de Josep Tarradellas como president de la Generalitat en sustitución de Josep Irla. Fue el 125 president de la Generalitat, también el político republicano que encarnó durante la larga noche de la dictadura el vínculo del autogobierno catalán y volvió a Barcelona en 1977 con todo el peso de la historia a sus espaldas y con toda la legitimidad que le daba no el nombramiento en el BOE, sino su elección un 7 de agosto de 1954 por los parlamentarios catalanes en el exilio.
Es oportuno hacer esta distinción, más ahora que la ofensiva contra el poder político de Catalunya es tan alta, para resaltar la importancia que siempre tiene la historia. Tarradellas era un eslabón, como antes que él lo fueron el citado Irla, Companys y Macià y, a partir de 1980, Pujol, Maragall, Montilla, Mas y, actualmente, Puigdemont.
La Generalitat no emana de la Constitución, ni la presidencia de la Generalitat, ni el Govern. En todo caso, es en la Constitución donde se reconoce su encaje como gobierno autonómico. Es así porque la Constitución es de 1978 y la Generalitat del siglo XIV, con Berenguer de Cruïlles como primer president.
También es oportuno recordar que los que hoy desde el Gobierno de España se aferran al pactismo de Tarradellas son los mismos que, en 1977, desde la desaparecida AP, y en 1989, desde la nueva marca del PP, ni querían su retorno, ni el autogobierno. Quizás por eso se ha ahogado como nunca el poder político catalán y se ha perseguido judicialmente a sus máximos responsables, fabricando, si era necesario, pruebas falsas.
Y es que la política igual lo aguanta todo, pero la historia pone a cada uno en su sitio.