Solo una persona resiliente como ninguna otra al naufragio, todo un killer sin piedad alguna con sus colaboradores y que ha regresado de la muerte política en dos ocasiones, cuando volvió a la secretaría general del PSOE y cuando alcanzó la Moncloa en una imprevista moción de censura, hubiera sido capaz de llevar a cabo una crisis de gobierno como la que ha ejecutado este sábado el presidente Pedro Sánchez.
Si exceptuamos los cinco ministros de Podemos que no ha tocado y han quedado al margen de los cambios, de los 17 ministerios ocupados por socialistas ha relevado a ocho de sus titulares -casi el 50%- y a su jefe de gabinete, el hasta ahora todopoderoso Iván Redondo. Por muchas lecturas que se hagan, solo una resiste un análisis concienzudo: Sánchez se ha liberado de cualquier atadura que pudiera tener con dirigentes del pasado y no le debe nada a nadie. Ninguna consulta, ningún equilibrio y todo el poder. España sigue siendo una monarquía parlamentaria pero su actuación se asemeja más a la de un presidente de República que hace y deshace a su antojo. Estas cinco claves ayudan a entender la remodelación.
Primera: se acaban los contrapoderes por escasos que fueran. Las tres personas que, de alguna manera, eran su núcleo duro se van directamente a la calle. La salida de Carmen Calvo de la vicepresidencia primera era esperada y se puede considerar una noticia amortizada pero no por ello es una decisión menor. El adiós al Ejecutivo del valenciano José Luis Ábalos del importante ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana abre de manera imprevista el debate interno sobre el control del PSOE ya que es el secretario de Organización. En cuanto a Iván Redondo, sin cuya complicidad no se podía conseguir nada hasta hace un par de semanas, necesita una clave de análisis para él solo ya que hasta el viernes por la tarde muy pocos estaban en el ajo de la noticia de su salida. Sin Calvo, Ábalos y Redondo, Sánchez es un presidente con manos libres. Ni José María Aznar situó tal distancia entre él y sus ministros.
Segunda: Hay también otras dos marchas de peso por las carteras que ocupan, Juan Carlos Campo (Justicia) y Arancha González Laya (Exteriores), víctimas ambos de una u otra manera del proceso independentista catalán. Campo, juez de profesión y vocal del Consejo General del Poder Judicial entre 2001 y 2008, fue escogido para el ministerio de Justicia por sus buenas relaciones con el juez Manuel Marchena y con el presidente del Supremo y del CGPJ, Carlos Lesmes. ¿Quién mejor que Campo para templar la oposición de ambos y que Sánchez encontrara una cierta complicidad en las sentencias del Supremo por el procés? Enseguida se vio que no eran suficiente las largas sobremesas y que el Supremo tenía un guion propio. A Campo le quedaba pilotar los indultos y su función habría acabado. Arancha González Laya, además de abrir una crisis sin precedentes con Marruecos ha recibido un revolcón del Consejo de Europa con el aval a los presos independentistas y la petición de que sean suprimidas las órdenes de extradición y no ha conseguido que el relato del gobierno español cuaje en Europa, donde cada vez hay más voces que se interrogan sobre el grado de democracia en España y la sistemática violación de derechos fundamentales.
Tercera: el PSC gana peso en el Gobierno... pero sobre todo lo gana Salvador Illa. Miquel Iceta ve rebajado su rango en el Ejecutivo al pasar de ministro de Administraciones Territoriales a Cultura y Deportes pero en cambio entra en el gobierno la alcaldesa de Gavà, Raquel Sánchez, en la potente cartera de Transportes que deja Ábalos. La llegada de Raquel Sánchez, una política del clan del Baix Llobregat, a un ministerio tradicionalmente vetado a los políticos catalanes y que tiene que ver con el histórico déficit en infraestructuras, le sitúa en el foco de temas tan importantes para Catalunya como la ampliación del aeropuerto del Prat y Rodalies. Mención aparte merece Iceta, que había sonado para ser ministro portavoz e incluso vicepresidente y que, como suele suceder en los cambios de ciclo en un partido, ha acabado como si fuera un jarrón chino: donde menos puede molestar. Aunque cuidado con Iceta... que ya ha demostrado que tiene varias vidas.
Cuarta: el ascenso de Nadia Calviño como ministra de Asuntos Económicos a la vicepresidencia primera es una concesión a la Europa comunitaria, donde esperan que, esta vez sí, España respete los acuerdos con la Comisión y cumpla con una cierta ortodoxia europea y nadie mejor que una de los suyos para tranquilizar a Bruselas. Sánchez, además, sabe que servirá para marcar a Podemos y será disciplinada con la distribución de los fondos europeos. Que sigan Fernando Grande-Marlaska en Interior y Margarita Robles en Defensa tiene mucho que ver con que los ministros de Estado, sobre todo Defensa: son fruto de un cierto acuerdo entre los dos palacios. De cara a las elecciones municipales, la gran asignatura por delante, estos dos ministros sirven perfectamente para hacer de parachoques de la derecha, con la que a veces se confunden.
Quinta: la ejecución de Iván Redondo. ¿Se puede pasar de ser todopoderoso a prescindible en un plis-plas? Para Sánchez está visto que sí. Estamos, seguramente, ante el hartazgo del presidente al ver como todos los éxitos eran cosa de Redondo y todos los fracasos culpa suya. Así lo vendía su jefe de Gabinete, siempre convencido de que los errores no eran nunca suyos y que podría siempre andar por encima del agua. Pero el mar se empezó a abrir con la moción de censura de Murcia y las elecciones de la Comunidad de Madrid y en las dos últimas semanas se hizo más evidente en la gestión del día a día. Sorprendente fue su ascenso y sorprendente ha sido su caída. Es la pieza que moldea el retrato de esta crisis y de un Sánchez despiadado y solitario.