Ahora que el puzle de la actuación del Estado español hace un año para acabar con el independentismo catalán está casi completo sabemos a ciencia cierta lo importante que fue el 20 de septiembre y las concentraciones frente a la Conselleria d'Economia. Todo había sido cuidadosamente preparado: una entrada absolutamente desproporcionada en la conselleria más importante del Govern y que era, además, donde tenía su despacho el vicepresident Oriol Junqueras, la detención de una decena de altos cargos de Economia y algunos de ellos muy próximos al vicepresident, el intento de entrada por parte de la policía en la sede de la CUP, el despliegue policial en otros tantos departamentos. Muchos frentes abiertos, muchas concentraciones ciudadanas, muchas protestas. Imposible que no hubiera en algún momento u otro actos de violencia o conatos de agresiones.
El discurso oficial ya estaba en marcha: manifestaciones tumultuosas. No multitudinarias. No masivas. Tumultuosas: el nexo que acabaría uniéndose a la rebelión. Pero como tantas otras veces, no pasó nada. La respuesta de decenas de miles de personas fue de una gran contención y un gran civismo. Nada que ver con la agresión que habían sufrido las instituciones catalanas por parte del gobierno de Mariano Rajoy escondido ora detrás de la Guardia Civil y de la Policía ora detrás de los jueces. No hubo violencia y a los que se pretendía acusar de ello se comportaron como auténticos hombres de paz y de diálogo. Los Jordis, Sànchez y Cuixart, hicieron honor a su biografía e intentaron que aquellas largas horas se resolvieran sin incidentes reseñables. Pero ya era tarde. El relato estaba en marcha y la juez de la Audiencia Nacional Carmen Lamela los acabaría mandando a prisión por sedición muy pocas semanas después.
Es la zona cero: el punto donde arranca la gran operación represiva del Estado para impedir el referéndum de autodeterminación. Por eso, volver a rambla Catalunya este jueves, volver a ver los vídeos de aquella jornada, releer los whatsapps con los Jordis o con el vicepresident Junqueras de aquellas horas ha sido como revivir la ocupación policial y la masiva respuesta de una ciudadanía que aquel día se vio claramente que no iba a fallar. Que iba a hacer posible el referéndum del 1 de octubre. Volver a rambla Catalunya era, sobre todo, un homenaje a los que no podían ir porque están en el exilio o en la prisión. Y las palabras de Sànchez y Cuixart afirmando que lo volverían a hacer, la defensa más noble posible de que lo que hicieron no solo no merece ningún castigo sino que es un atropello a todos y cada uno de sus derechos.
La dignidad se mide por estas cosas. Y en su soledad de la celda que ocupan saben que están todo menos solos. Y eso es lo que más desespera a sus carceleros, que tienen rostro y nombres conocidos por todos.