La decisión del Govern de pedir disculpas a la ciudadanía después del enorme desbarajuste provocado en las últimas horas con la ayudas de 2.000 euros a los autónomos no ha paliado el enorme enojo de este importante sector de la sociedad catalana, ni tampoco ha rebajado la tensión creciente de los colectivos más afectados por la covid-19. Es obvio que el cansancio de tantos meses con la pandemia, las incalculables pérdidas económicas que está provocando en el bolsillo de tantos ciudadanos y las drásticas medidas adoptadas para proteger la salud no contribuyen a rebajar la angustia que ya empieza a ser muy palpable en la sociedad, como se evidencia en las protestas cada vez más airadas de los diferentes colectivos. Se calcula que un 10% de los autónomos que deberían percibir la ayuda (unos 100.000) han podido acceder a ellas, un porcentaje que está muy lejos de las necesidades reales si calculamos que en Catalunya el número de autónomos es de medio millón.
Es obvio que la gestión de las ayudas a los autónomos por parte del Departament de Treball se ha revelado, por decirlo de manera suave, defectuosa; también, que el sistema de rellenar un formulario y que se otorgaran las ayudas según el orden de llegada de solicitudes no era el adecuado. Estaremos de acuerdo que los autónomos merecen otro trato y no añadir a su lógica ansiedad del momento una gestión repleta de lagunas y que el lanzarse los platos a la cabeza entre los miembros del Govern de uno y otro partido no es nada edificante.
Cuando se inició la segunda ola de la pandemia, en la que estamos plenamente inmersos aunque algunos datos van, ciertamente, mejorando, señalé dos peligros que con seguridad acabarían siendo más importantes que en la primavera. Sobre todo, porque en aquel momento la sociedad estaba en su conjunto más predispuesta a aceptar errores e improvisaciones ya que muchos pensaban que todo eran cosas de unos pocos meses. En primer lugar, que el gobierno español centrifugara el problema de la pandemia a las autonomías era positivo ya que cuando más cerca de la ciudadanía esté la administración responsable de encarar un problema mejor. Pero, como en todas las iniciativas de Pedro Sánchez, no hay propuesta sin trampa en la letra pequeña: ¿cómo se va a dar respuesta a los problemas de los ciudadanos si las arcas de la Generalitat están vacías con un sistema de financiación insuficiente y con un déficit fiscal crónico? Dejar de hablar del déficit fiscal en estos últimos tiempos ha sido un error ya que no hay política posible y menos de bienestar sin unos recursos suficientes. Además ¿dónde están las ayudas del gobierno español a los sectores afectados como hacen otros países de la UE?
En segundo lugar: ¿tenía sentido dar tantas atribuciones al Procicat cuando es un organismo que tiene su razón de ser en una emergencia puntual como son unos atentados o unas inundaciones, pero no para pilotar lo que a la postre es la gestión política diaria desde el mes de marzo? Además, se sabía que en un momento u otro iban más o menos a chocar salud y economía y que entonces los nervios aflorarían. En parte, ese momento ha llegado con muchos sectores -desde la restauración, la cultura o las entidades deportivas- exigiendo en la calle o a través de los medios de comunicación que este viernes se flexibilicen las medidas mientras aún estaban calientes unas declaraciones del lunes en que se daba por seguro que se alargarían quince días más. Ahora, la decisión es mucho más complicada.