Catalunya, igual que el resto del Estado, inicia el lunes el desconfinamiento y el retorno a lo que el presidente del Gobierno ha denominado "la nueva normalidad". Salvador Illa, el ministro de Sanidad, -desde el inicio de la pandemia del coronavirus, sería más lógico decir el ministro plenipotenciario del Ejecutivo español- ha respetado el criterio de las autonomías y, salvo el caso de Madrid, que ha jugado de manera frívola su propia partida, se ha puesto de manifiesto que no era tan difícil escuchar y consensuar. Casi dos meses ha costado que el mando único fuera algo menos único: sin llegar a ser Alemania, se podía no ser uno de los países más centralizados en la toma de decisiones.
Va a ser un desescalamiento lento y desigual. Y, por primera vez, con un debate que hasta la fecha no había existido fruto de la demanda de muchos sectores empresariales que ya no pueden resistir más la situación actual. No nos engañemos: mas allá de discursos públicos, la economía esta cogiendo el testigo del análisis, que hasta la fecha era solo sanitario. Siguen habiendo más de 200 muertes diarias en España por coronavirus pero gana peso la idea de que "la nueva normalidad" comportará riesgos que la normalidad que hemos conocido no tenía. La cuestión estará en que, sabiéndolo, sepamos evitarlos.
Es una ecuación difícil ya que en el cronograma que ha presentado el ministerio de Sanidad con cuatro fases de desconfinamiento no va a haber, seguramente, días sin muertos. Y pese a todo, ya no hay gobernante que quiera trabajar únicamente con el vector de la salud. Un representante de una de las entidades que ha jugado un importante papel en lo que ha sido la atención médica en todas las UCI que se han tenido que implantar en recintos feriales o pabellones de nuestro país me expresaba hace unos días su consternación de la siguiente manera: van a pasar de ser espacios de enfermos por la pandemia a acoger necesidades tan imperiosas como la alimentación, el poder comer. Y, añadía, esto no había pasado nunca.
Habrá que evitar los peligros y minimizar los riesgos y eso, digámoslo claro, nadie sabe con seguridad cómo se tiene que hacer. Pero igual no hay otro camino con la rueda de pagos detenida y una economía gripada que ha implosionado en un estado donde la tasa de pobreza severa duplica la media europea y es la segunda, por detrás tan solo de Rumanía. Y con previsiones de que más de 12 millones de personas están en riesgo de pobreza. Esa es la realidad de un estado quebrado y lo demás son fantasías. O quimeras, que decía aquel que hace tan poco era muy elogiado y aplaudido y que hoy nadie se atreve a mentar.
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