La Generalitat de Catalunya ha tomado en los últimos días dos decisiones cuanto menos discutibles: el confinamiento, o para ser más precisos, el cierre perimetral de la comarca del Segrià, que tiene en la ciudad de Lleida el principal núcleo urbano de referencia, y la obligatoriedad de llevar mascarilla a partir de este jueves en cualquier espacio al aire libre y también en los privados abiertos al público, independientemente si se cumple o no la distancia de seguridad. Lo subrayo: en ningún caso cuestionamos aquí el uso de la mascarilla, pero no se entiende que se exija ahora también incluso si se mantiene la distancia de seguridad. Esta es la verdadera controversia de fondo de una decisión sorprendente.
Las dos son medidas tan extremas que es evidente que tienen un impacto ciudadano importante, una previsión de resultados para garantizar la reducción del virus discutible y una alarma exagerada sobre cuál es la situación real de Catalunya ya que tienen una repercusión negativa para la imagen internacional del país y para su economía. La poca campaña turística que podía aportar ingresos extra en un año especialmente difícil se ha puesto en riesgo con unas decisiones sobre las que existe una enorme controversia médica -se ha ido más allá de las recomendaciones de la OMS- y me temo que sin tener en cuenta suficientemente una norma tan básica como la de no implementar decisiones de un calado tan importante si no cuentas antes con un amplio consenso.
Lo peor que le puede pasar a un gobierno es que quede en el aire la duda de que se adoptan medidas permanentemente que tienen un impacto limitado y que lo que pretenden no es otra cosa que tapar los déficits de gestión que se han producido. El pasado mes de marzo, la pandemia cogió a todos los países por sorpresa y todos encontraron en esta situación una excusa perfecta para tapar desde la descoordinación que se produjo hasta el retraso en la adopción de medidas o la compra de material sanitario, en buena parte defectuoso y por el que se acabaron pagando cantidades desorbitadas. En el caso de España, además, la centralización en la toma de decisiones con la idea de fondo de salvar la unidad del Estado afectó negativamente a los ciudadanos de Catalunya. Creo que hoy, meses después, es poco discutible.
Pero ahora, ni es marzo, ni es la primera vez. El Govern sabía que el virus se podía propagar, igual que sabe que en septiembre se tendrán que abrir los colegios e iniciar el curso. Y era exigible un plan global ante cosas que suceden todos los años como es la recogida de la fruta y la llegada de temporeros en unas condiciones que distan mucho de ser óptimas y seguras. Y el mejor favor que se podía hacer a este colectivo no es ahora tratar de aplicar paños calientes sino haber previsto un sistema de acogida adaptado a las circunstancias de este año para evitar que los temporeros queden desperdigados y en situación de provisionalidad por decenas de municipios de Lleida.
Pero volvamos a la mascarilla obligatoria, haya o no haya distancia social y al confinamiento. La diferencia entre un gobernante y un científico, un médico o un economista, es que el primero tiene que tomar decisiones contemplando varias variables y, en cambio, los segundos tienen que adoptarlas contemplando tan solo una y que está basada en su conocimiento y experiencia y que, no hay que olvidar, esa es la razón por la que se les ha consultado. Elevarse por encima de los expertos es muchas veces difícil y complicado e incluso es ir en ocasiones contra corriente. También de la opinión pública. Pero dejarse arrastrar por ellos, o más bien dicho, por algunos de ellos, puede ser políticamente incorrecto ya que el miedo se ha apoderado de muchas de las decisiones. Pero igual acaba siendo una equivocación ya que no era necesario anunciar a bombo y platillo lo que es imposible llevar a cabo.
¿Nadie es capaz de medir el impacto que tiene en la prensa internacional el anuncio del confinamiento de 200.000 catalanes que, como ya he dicho, tampoco acaba siendo exactamente eso? ¿Podemos ser el único gobierno del mundo que ofrezca actualmente ruedas de prensa con mascarilla, sin valorar que esa imagen afecta negativamente a Catalunya y que, en la práctica, no sirve absolutamente de nada?