En medio de un improvisado plan de cuatro fases de desescalada en España que lo único que pretende es mantener a toda costa el mando único frente a la pandemia, a las autonomías alejadas de cualquier decisión importante y recuperar las provincias como el ente territorial del desconfinamiento, a Pedro Sánchez le empiezan a no salir las cuentas en el Congreso de los Diputados. El último en dejarle tirado en la prórroga del estado de alarma ha sido el PNV por boca del lehendakari, Íñigo Urkullu, que ha mostrado este miércoles su oposición a la prórroga del estado de alarma que el presidente del Gobierno tiene que llevar la semana que viene al Congreso de los Diputados. El lunes, Esquerra Republicana ya había lanzado una advertencia a Sánchez indicando que podría decantarse por el no, subiendo un escalón a la abstención de la última prórroga, la tercera; Junts per Catalunya se mantiene en el no del pasado 22 de abril, igual que la CUP.
Parece que ha costado pero que, al final, quien más quien menos le está viendo las orejas al lobo del programa que está llevando a cabo Pedro Sánchez, que es una recentralización en toda regla y un desmantelamiento del estado de las autonomías. Hay una regresión con el silencio cómplice de Podemos y los comunes que abarca todos los ámbitos de la vida pública. De poco sirve que, en privado, dirigentes de la formación de Pablo Iglesias expresen malestar con la deriva del Gobierno, el autoritarismo del presidente y el desconocimiento de las decisiones que se adoptan en la Moncloa. Esta táctica es demasiado vieja y ante la imponente crisis que se está viviendo tiene un escaso valor.
El independentismo y el nacionalismo vasco y catalán, que tuvo en tres de sus formaciones -ERC, PNV y Bildu- un papel activo en la investidura de Pedro Sánchez, está obligado a dar un puñetazo encima de la mesa ya que están en juego cosas más importantes que el futuro político del presidente. Lo más inteligente es posicionarse en contra del estado de alarma y forzarle al pacto con el PP o que, simplemente, la prórroga sea rechazada por el Congreso de los Diputados. Las competencias volverían a las comunidades autónomas y se acabaría el mando único y la centralización en las decisiones. Ese es el único camino para la unilateralidad emprendida desde el primer momento por Pedro Sánchez.
El movimiento de Urkullu, en línea con lo que lleva defendiendo el president Quim Torra desde hace semanas, supone una novedosa confluencia en los últimos tiempos. Es un dato a tener en cuenta ya que cualquier cosa que pudiera parecerse a un mínimo consenso entre los gobiernos vasco y catalán sí que haría saltar las alertas en la Moncloa. Sería una unidad que multiplicaría.