Aunque la prensa de papel continúa mayoritariamente obviando la corrupción de la monarquía española y la cada vez más escandalosa situación, a veces incluso cómica, de la familia real y muy especialmente de Juan Carlos I -¡qué gran película haría Berlanga si viviera con alguna de las noticias que hemos conocido estos días! ¡Qué no haría el director de La escopeta nacional con la máquina de contar billetes en una de las salas de la Zarzuela y la familia yendo en procesión a recoger su paga!- puedo dar fe de que en Madrid solo se habla de ellos. El émerito ocupa buena parte de las conversaciones que se producen en las plantas nobles de los edificios de las compañías del Ibex mientras en el ala del palacio de la Zarzuela asignada a Felipe VI y su equipo se analiza, con un temor casi reverencial, qué hacer con Juan Carlos I. Cómo soltar lastre sin que el resultado acabe teniendo un coste mayor que el de no hacer nada, que ha sido la táctica empleada hasta la fecha y que, a la vista está, lo único que ha conseguido es que la monarquía se desangre.
Y es que ya casi no caben más noticias de lo que ha sido la cara oculta de aquel joven rey encumbrado por las democracias occidentales para controlar la salida de la dictadura y que zanjó sin debate alguno la opción de escoger entre monarquía y república, porque el resultado era bastante evidente. Juan Carlos I no ha sido el salvador de la democracia sino el jefe del Estado que ha aprovechado su rango para zambullir a la monarquía española en un descrédito que no tiene parangón en Europa. Ya no hay retorno posible en su figura pública, que ha caído a plomo y a una velocidad de vértigo. Pero tampoco hay, seguramente, medida posible alguna para intentar desde los despachos del poder establecer un cortafuegos que rescate del incendio a Felipe VI. ¿Desterrarlo fuera de la Zarzuela? ¿Retirarle la condición de rey? ¿Un exilio que le dejaría literalmente desnudo ante la actuación de la justicia de otro país si hubiera un tratado de extradición?
No hay cortafuegos posible porque la monarquía es una sociedad familiar limitada y después de todo lo que hemos ido sabiendo no se puede alegar desconocimiento. La justicia española, las instituciones y el deep state harán lo posible para que el tema no se les acabe yendo de las manos pero la opinión pública ya ha emitido su veredicto. La realidad es que la monarquía empieza a estar en fase de descuento, algo que se hará más evidente cuando los españoles estén en una crisis económica que no han conocido a la vuelta del verano, el paro suba varios puntos en muy poco tiempo porque los ERTE no se puedan mantener, la pobreza se extienda por amplias capas de la sociedad española y se les aparezca a todos ellos la imagen de Juan Carlos contando dinero o las transferencias millonarias a la princesa Corinna.
Habrá entonces llegado el momento en que no solo a Catalunya los Reyes no podrán viajar sin un montón de protestas en la calle y con desplazamientos casi clandestinos, como últimamente se viene haciendo. El de este viernes ya ha sido cancelado ante las cadenas humanas anunciadas para protestar y se ha adelantado a ese día el viaje del lunes al País Vasco. ¿Quién iba a decir hace unos años que sería más cómodo para los reyes de España viajar a Bilbao o a Vitoria que a Barcelona, Figueres o Girona? Se agendará otro día de la semana que viene, seguramente. Pero a la primera opción se ha puesto el freno y ha habido vértigo y súbitos calores en la Zarzuela. Y eso no deja de ser para ellos un gran problema ya que queda muy a la vista que todo está cogido con alfileres.