Hace muchos años, al menos treinta, me crucé con Ramon Trias Fargas durante la inauguración de uno de los congresos de Convergència Democràtica en el recinto ferial de la avenida de Maria Cristina. Trias Fargas, como presidente del partido, acababa de pronunciar el discurso de apertura y había puesto sobre la mesa el debate sobre el concierto económico para Catalunya, algo que entonces no estaba en la agenda política y que ocuparía todas las portadas del día siguiente. Todo el mundo le felicitaba y estaba muy satisfecho por su intervención. Cuando le pregunté por la vehemencia de sus palabras fue muy honesto: "Mire usted, cuando habla Pujol tiene asegurada la televisión diga lo que diga; con Roca sucede algo similar y siempre acabará saliendo en La Vanguardia. Yo lo tengo un poco más difícil, necesito ser más contundente, radical, ya me entiende".
Leyendo las barbaridades que se suelen decir durante la campaña electoral, estoy seguro de que el lector ya me entenderá. Pero, a veces, siempre hay una que no es que sea una exageración, sino que simplemente es una imbecilidad. La acaba de decir el presidente del PP de Catalunya y candidato a la Generalitat, Xavier García Albiol, que ha propuesto "cerrar TV3 y volverla a abrir con gente normal". No es la primera vez que el Partido Popular o Ciudadanos plantean abiertamente el cierre de los medios públicos y habría que adjudicar, seguramente, a Albert Rivera ser el primero en plantearlo. Lo que nadie había planteado aún, y eso es primicia de Albiol, que una vez cerrada se reabriría con gente normal. ¿Qué es para Albiol gente normal? Tengo una cierta idea de lo que quiere decir y, por decirlo suavemente, debe estar pensando en los periodistas que aplauden el artículo 155 o que dicen que el 1 de octubre no hubo violencia policial en Catalunya. Vamos, aquellos que lo que quieren es una televisión normalizada y que vea en Televisión Española su referente.
Decía este sábado Alfonso Guerra que no era capaz de adivinar por qué no se había intervenido TV3 al amparo del artículo 155 y, con su estridencia habitual, señalaba a PSOE y PSC. Simplemente no lo hicieron porque hubiera sido un escándalo político y periodístico en toda la regla, aunque la mano del gobierno español se nota, o eso parece, en muchos momentos en la cadena pública. Desde su inicio en periodo de pruebas, en 1983, TV3 ha sido la estructura de estado —entonces no era ese el lenguaje— a desarmar por los respectivos gobiernos de España. Unos con más diplomacia y otros más marrulleramente.
Aunque su audiencia se mueve entre el 11% y el 13% y el resto de la parrilla televisiva lo copan casi en su totalidad las cadenas de ámbito estatal, el problema para los partidos del 155 sigue siendo TV3. Maniatar a TV3. Acabar con TV3. Denigrar a TV3. Y pensar que la cadena pública catalana de televisión es la responsable de que no se entienda en Catalunya lo que con tanto aplomo dijo Soraya Sáenz de Santamaría el viernes en s'Agaró: que la supresión de la autonomía, el 155 y la expulsión del Govern aprobada por el Gobierno español era una muestra de respeto a los catalanes. Al final, todo es mucho más sencillo y muchos catalanes ya no están dispuestos a creerse que lo mejor es seguir siendo gobernados desde Madrid como si Catalunya fuera la suma de cuatro provincias y no un país que ha decidido seguir apostando por su libertad.