Como siempre que no interesa, los medios de comunicación españoles y algunos catalanes que todos podemos tener en mente se han apresurado a esconder o a dar de la manera más discreta posible unas cifras tan importantes como son las del crecimiento del PIB en el año 2021. Lo han hecho, obviamente, porque rompe el falso discurso imperante sobre lo bien que va la economía española y, como contraste, lo mal que va la economía catalana. Pues bien, el crecimiento del PIB catalán en el 2021 se ha situado en el 5,9% mientras que el avance del PIB de la economía española del pasado año se ha quedado en el 5% y el de la Unión Europea en el 5,2%. Si nos fijamos en el último trimestre, el que refleja la tracción de la economía en los últimos meses del año, la tasa interanual de crecimiento ha sido del 6,9%, es decir, 1,7 puntos más que las economías española y madrileña (5,2%).
Todo eso, con un estado en contra, como, por ejemplo, evidencian los datos de una entidad nada sospechosa de proximidad con el independentismo catalán, como es Foment del Treball, que ha cifrado en un amplio documento en 35.000 millones el déficit inversor de España en infraestructuras en Catalunya. Si eso no es participar en la carrera en inferioridad respecto a otras comunidades y el gran Madrid, en el que siempre se vuelca el gobierno español de turno, ¿qué debe ser jugar con el árbitro en contra? Y pese a todo, la decadencia está por debajo del Ebro por el sur y lindando con Aragón en el este. Se podrá seguir predicando la decadencia de la economía catalana ya que es un mantra que da votos y contribuye a tratar de asentar la idea de que la Catalunya gobernada por los independentistas va por el precipicio de una manera imparable y definitiva.
Hay errores de gestión, claro que sí. Y errores políticos como hemos visto esta semana en la gestión de la pérdida de la condición de diputado del parlamentario de la CUP por Lleida, Pau Juvillà. Errores, en este caso, de tratar de mantener un determinado relato mientras los hechos iban por el carril contrario. No ha habido desobediencia, ha habido acatamiento de la Junta Electoral Central y, el resto son pamplinas. La gente se ha dado cuenta y es lógico que se haya cerrado de manera tan amarga -en parte, también ridícula- este capítulo. También es un error, de eso hablaré otro día, el borrador que se ha remitido desde Educació a los centros educativos sobre el currículum del próximo curso en el que no aparece Filosofía en la ESO, además de una laxitud en el control en las evaluaciones que es más que discutible y que no prepara mejor a los alumnos ante los retos que tendrán por delante. La crítica de la semana horribilis en el Parlament debe ser y ha sido implacable porque la acumulación de errores también ha ayudado ante el regocijo de los partidos no independentistas, que, simplemente, han tenido que asistir a una representación en el que el guion se iba improvisando para no hacer evidente que el Parlament carece en la teoría y también de facto de soberanía.
Pero la gestión de este episodio dista mucho del escándalo del Congreso de los Diputados con la votación de la reforma laboral. Allí, además de errores políticos, hay algo mucho peor como es la gestión del transfuguismo político para variar las mayorías parlamentarias. No es nada nuevo y siempre en la misma dirección: dos diputados de UPN rompiendo la disciplina de voto en beneficio del PP para tumbar la reforma laboral. Que, ciertamente, es una reforma menor para esconder que no ha habido una derogación de la legislación laboral del PP, pero eso ha pasado a un segundo plano con esos métodos de sobras conocidos por la derecha para ganar diputados. No se salieron con la suya con un aparente error de un diputado del PP que erró en el voto aunque el caso está en los tribunales ya que los populares alegan un delito informático en la votación.