Que, acabándose la jornada del viernes, sigan habiendo tantos ejemplos de la descoordinación más absoluta entre las diferentes instituciones en la gestión de la catástrofe acaecida el pasado martes en el País Valencià, es ya a estas alturas el fracaso más estrepitoso del Estado español estas últimas décadas. Estamos asistiendo a espectáculos realmente bochornosos e impropios de un país que alardea de ser el que lidera el crecimiento económico en la Unión Europea, que ocupa la quinta posición en el ranking de potencias mundiales en datos abiertos, según la OCDE, tiene el doble de desarrollo que Italia y un ejército situado en la cuarta posición europea, detrás de los de Francia, Italia y Polonia.

Todo esto son estadísticas. Pero nada de ello aguanta en la vida real, como estamos viendo. Ya no se trata, a estas alturas, de que el president de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, cometiera una grave negligencia, que ha causado muchas víctimas, retardando imprudentemente el aviso a la población cuando ya era una evidencia que la DANA iba a provocar una enorme tragedia. Es que sigue dirigiendo el operativo, mientras el gobierno español, con recursos humanos y materiales muy superiores, parece mirárselo desde una media distancia. Mientras eso sucede, se escuda en competencias de una u otra administración que la gente no entiende; hay incomprensibles retrasos en el suministro de alimentos o agua; se produce una negativa a aceptar bomberos especializados en este tipo de catástrofes naturales —tenemos, al menos, dos casos, con el ofrecimiento de Catalunya que ha tardado 72 horas en ser aceptado por Mazón y el del gobierno francés que rechazó el ministro Marlaska—; reina la desorganización total con la llegada a la zona destruida de cientos, sino miles, de voluntarios… y así podríamos seguir.

Nadie manda. Nadie está a la altura de la tragedia. Nadie expresa la más mínima muestra de humanidad ante el dolor de cientos de miles de personas

Nadie manda. Nadie está a la altura de la tragedia. Nadie expresa la más mínima muestra de humanidad ante el dolor de cientos de miles de personas que están afectadas de una manera u otra, directa o indirectamente. Sirvan estos dos ejemplos de este viernes. El primero, la ministra de Defensa, Margarita Robles: "El ejército tiene una presencia disuasoria, lo que no podemos pretender es que en un país el ejército haga todo. Sus labores, las que corresponden a la administración, en este caso la administración valenciana, o labores de seguridad". ¿Realmente piensa lo que dice, la ministra? ¿Es suficiente el millar de efectivos desplegados de un ejército compuesto por 120.000 hombres y mujeres?

El segundo caso es el de la consellera de Turisme, Indústria, Innovació i Comerç, Nuria Montes de Diego, todo un ejemplo de insensibilidad hacia los familiares de las víctimas, que se agolpan ante la morgue improvisada por las autoridades en el recinto ferial valenciano: "Aquí no se va a permitir, no se van a entregar cuerpos a familias, no se va a permitir el acceso de familiares a la zona donde tenemos custodiados a todos los fallecidos, así que tienen que esperar de forma obligatoria la llamada del juzgado y la entrega de la documentación pertinente, y las familias en el mejor lugar donde pueden esperar las noticias de sus familiares es en sus domicilios". La mala educación es innecesaria siempre y, menos, ante el dolor humano.

Mientras todo eso sucede, los cadáveres recuperados superan los 200 y se cifra oficialmente en 1.900 a los desaparecidos. Es urgente adoptar medidas excepcionales y romper el círculo maldito de descoordinación, prepotencia y caos.