En el gobierno del PSOE y Podemos hay, como en todos los ejecutivos, ministros de varios perfiles y con papeles diferentes. Están los que se encargan de las negociaciones y que juegan una y otra vez a marear la perdiz generando expectativas que nunca se cumplen —ahí la vicepresidenta Carmen Calvo lleva varios cuerpos de ventaja enredando a sus interlocutores— y después están los que en función de su cargo pueden permitirse decir lo que les plazca, ya que su área les pilla muy lejos del rifirrafe diario en las Cortes.
Por eso es importante lo que ha declarado este domingo la ministra de Defensa, Margarita Robles, y el tono entre burlesco y despreciativo con que se ha referido a la non nata mesa de diálogo entre el gobierno español y el catalán y la necesidad de que se reúna, aunque solo fuera para que Pedro Sánchez cumpliera, ni que fuera por una vez, un compromiso adquirido. "No es momento de juegos florales", ha zanjado Robles. Y ha rematado: "No es una prioridad".
¿Desde cuándo una negociación para solucionar el principal problema territorial que tiene el Estado son unos juegos florales? ¿Tan ilusos son creyendo que sin hacer nada el conflicto entre Catalunya y España se diluirá? Pero, dicho esto, está bien que después de haber echado la culpa a los independentistas de que no se reuniera la mesa, emerja la verdad: "No es momento de juegos florales". Primero fue Mariano Rajoy el que puso de moda que el procés era como la espuma de la cerveza y que ya bajaría con el tiempo. No bajó, sino que quedó fuera del control del Gobierno, que solo con la fuerza y la represión consiguió revertir la situación.
Alguien debería haber aprendido alguna cosa en el Madrid político, judicial, económico y mediático de aquel análisis, que se evidenció del todo erróneo. Pero Pedro Sánchez parece encontrarse igual de cómodo que su antecesor con la actitud inmóvil que mantiene y que solo ha corregido introduciendo un tono diferente. Allí donde Rajoy decía ni hablar, Sánchez dice hablemos. Pero el resultado siempre es el mismo: no se dialoga y mucho menos se negocia. Y si hay que pegar una patada al diálogo, para eso en Madrid siempre hay alguien dispuesto y, además, así se hacen méritos. Es, seguro, mucho más agradecido que, como ministra de Defensa, acabar con la anomalía que supone que Juan Carlos I, aun habiéndose dado a la fuga, conserve el rango de capitán general de las Fuerzas Armadas en la situación de reserva.