En lo que ha sucedido en las últimas veinticuatro horas, las que van desde la detención ilegal del president Carles Puigdemont en el aeropuerto de l'Alguer (Cerdeña) por la policía italiana en la tarde del jueves hasta su puesta en libertad por la juez del Tribunal de Apelaciones de Sassari, Plinia Azzena, este viernes, está concentrada en una dosis de pequeño formato, casi de serie televisiva, la historia negra de España. El por qué el Estado español está lejos, muy lejos, de ser homologable a cualquiera de los de su entorno geográfico y político.
Un puzle rocambolesco propio de un Estado sin principios democráticos que se puede resumir así: una detención con una veintena de policías llegados horas antes desde Roma, un juez del Supremo que parece no haber dicho toda la verdad al Tribunal General de la Unión Europea, una prensa española y también catalana desbocada, frotándose las manos y viendo ya a Puigdemont encarcelado en Soto del Real, una larga noche repleta de rumores, intoxicaciones y mentiras, un gobierno español —sí, sí, el del diálogo— aparentando públicamente normalidad mientras desde el Ministerio del Interior la policía española daba luz verde a sus colegas italianos para la detención del president, una nueva metedura de pata del juez Pablo Llarena asegurando a la juez del caso que la euroorden contra Puigdemont nunca se desactivó, las tres derechas y muy cualificados dirigentes del PSOE comprando ya asientos en Barajas para verlo llegar esposado... y así, hora a hora, hasta el desenlace final.
El president quedaba en libertad. La farsa se había acabado. Italia era Europa y no el lodazal de Madrid. Su libertad era total, sin medidas cautelares, y tendrá que comparecer ante la juez el próximo día 4, pero lo podrá hacer de forma telemática. La resolución de la magistrada Plinia Azzena tendría que ser rápidamente traducida por el Tribunal Supremo y copiada cien veces como aquellos malos estudiantes que no quieren aprender la lección. Puigdemont no puede ser detenido ya que las euroórdenes han quedado en suspenso a raíz de las cuestiones prejudiciales que presentó el propio Llarena ante el Tribunal de Luxemburgo sobre el rechazo de Bélgica a la extradición del conseller Lluís Puig. Punto y final. No hay atajos. La ley es la ley.
Más allá de la buena noticia de la libertad recuperada del president Puigdemont habrá que esclarecer con urgencia el papel de la policía española y del turbio ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska en el fiasco de Cerdeña. Fue la propia policía española la que dio luz verde a la italiana para la detención, lo que acabó desembocando en el ingreso de Puigdemont durante unas horas en una prisión de máxima seguridad. ¿Estamos ante el Gobierno del diálogo en público y que, en privado, da luz verde a la detención de Puigdemont? Sería muy grave y es necesario aclararlo. El ilimitado cinismo de Pedro Sánchez no permite descartar nada. Le han engañado los suyos o nos está engañando a nosotros.
Dos últimas reflexiones. Puigdemont ha vuelto a propinar una derrota al Estado español. No pueden con él. Siempre jugando al límite y desenmascarando las insuficiencias democráticas de España. Implacable en su estrategia frontal y sin complejos, siempre gana, se le reconozca o no. Y con eso una cosa más importante: hace que la causa catalana esté siempre presente en los medios internacionales. Solo, con su maleta, de aeropuerto en aeropuerto, con unos pocos ayudantes y cantidad de adversarios queriendo acabar con él. Ganó en Alemania, en Bélgica y ahora en Italia. Y España ha perdido en los tres sitios.
Un capítulo aparte merece su abogado, Gonzalo Boye, y todo el equipo de Puigdemont. Luchando siempre en condiciones aparentemente imposibles y con risas, cuando no carcajadas, de sus rivales, sus batallas jurídicas se cuentan por victorias. Boye ha tenido, además, que padecer una persecución implacable por parte de la Justicia española por ser el abogado del president. No es el único perseguido por la represión, que suma más de 3.000 personas. Pero, en su caso, solo una resiliencia a prueba de bomba para desenmascarar a la Justicia española explica su estrategia de defensa. Siempre al ataque y sin retroceder. Mirando a Europa y confiando en Europa.