La manifestación de la Diada de 2024 pasará a la historia como la del malhumor. Al menos, la de Barcelona, ya que hubo otras citas independentistas en Girona, Lleida, Tarragona y Tortosa. Los que pensaban que este año la concentración del 11 de septiembre sería un fracaso se han equivocado una vez más. En unas condiciones de desánimo generalizado y de desunión partidista, la Guardia Urbana de Barcelona cifró los manifestantes de la capital catalana en unas 60.000 personas. No fue, en mi opinión, ni mucho menos una cuantificación generosa —el color político de quien dirige la institución acaba siempre ofreciendo una cierta pincelada al número de asistentes— pero, en realidad, es poco importante, ya que nadie podía esperar muchas más y muchos acudieron, sin duda, por militancia exclusivamente independentista y para evitar que su ausencia permitiera titulares catastrofistas en contra del movimiento ciudadano.
Pero la realidad es que aquellos trenes procedentes de las cuatro esquinas de Catalunya, que convergían, en la mañana del 11 de septiembre, repletos de esteladas en la estación de Sants, este miércoles estaban llenos de pasajeros que venían a Barcelona a disfrutar de un día festivo más. Pero, dicho esto, había mucha gente. Tampoco hay en otros sitios manifestaciones tan multitudinarias. Lo que sucede es que al mirarse en el espejo de lo que hemos vivido estos años es difícil sustraerse a una cierta sensación de tristeza y de pesimismo. El sentimiento dominante era el malhumor por cómo se había tirado por la borda el esfuerzo de tanta gente y el apoyo tan masivo que ha tenido el independentismo.
También fue la manifestación de la reprimenda, encabezada por las entidades soberanistas Assemblea Nacional Catalana (ANC) y Òmnium Cutural y seguidas por el Consell de la República, la AMI, La Intersindical, CIEMEN y los CDR, que acordaron un duro manifiesto conjunto que recoge frases como estas: "Los partidos políticos independentistas han sido incapaces de ponerse de acuerdo y de trazar una estrategia compartida para hacer efectivo el derecho a la autodeterminación pese a que la ciudadanía catalana se ha movilizado una y otra vez. Les hemos facilitado mayorías parlamentarias que unos y otros han despilfarrado en discusiones cainitas". O, bien, "la pelea permanente y las disputas electoralistas nos han llevado a donde estamos: la Generalitat de Catalunya en manos de un gobierno españolista que hace pocos días se arrodillaba ante Felipe VI, el rey del 3 de octubre..." "Dicen incluso que han pacificado Catalunya. Que ya hay normalidad autonómica".
En el peor momento ha salido a la calle mucha gente como un gesto de resistencia, pero también como una señal de esperanza
Cada uno leerá la severa crítica en función de sus intereses partidistas más directos, pero una diatriba de esta dimensión no tiene muchos precedentes y es un serio aviso ante los congresos que celebrarán tanto Junts per Catalunya (octubre) como Esquerra Republicana (noviembre). Estos últimos, a la postre, los facilitadores junto a los Comuns de que el PSC disponga del Govern de la Generalitat. Se equivocarán, no obstante, estos partidos centrando sus respectivos congresos en una serie de proclamas independentistas. Forma parte del malhumor la ausencia de propuestas para mejorar su día a día y convertir el debate público en una serie de lemas vacíos o iniciativas sectoriales menores que son muy efectistas en algunos colectivos, pero que quedan muy lejos del gran público.
Pese a todo, la multitudinaria manifestación también es el reflejo de que el movimiento está vivo. Y más ante la represión que aún no ha acabado, que sigue teniendo en los tribunales la punta de lanza, y que desacata leyes con una normalidad que estremece. En el peor momento ha salido a la calle mucha gente como un gesto de resistencia, pero también como una señal de esperanza.