Más allá de las movilizaciones patrióticas, de los discursos reivindicativos, de la división partidista, de las performances de Òmnium y de la ANC, de los intentos del españolismo por hacerse oír durante la Diada, de los de Pedro Sánchez por fijar el frame de un innecesario reencuentro entre catalanes cuando lo que hay que solucionar es el conflicto político entre Catalunya y España, el 11 de setembre de 2020 ha sido, por encima de cualquier otra cosa, la Diada de la resiliencia. En un marco político truncado por la represión y el coronavirus, el independentismo ha dejado constancia de su persistencia y de que no es ni un movimiento pasajero ni el resultado de un suflé que tiende a remitir.
No hay peor ciego que el que no quiere ver y solo desde la miopía política o desde la falta de comprensión de un país ciertamente complejo y poliédrico hay que dar por amortizada a una ciudadanía que se puso a andar con paso firme en 2010 tras la sentencia del Estatut, explosionó con la primera manifestación masiva del 2012 y se ha hecho adulta y un movimiento socialmente mayoritario a lo largo de una década de pasos hacia adelante, algún que otro tropiezo, y una represión policial, mediática, económica y judicial sin parangón en ningún país de nuestro entorno europeo.
No hay Diada que no sea reivindicativa y esta tan atípica también lo ha sido. Lo han puesto de manifiesto, con matices diferentes pero con un cierto guión compartido, en sus intervenciones públicas Elisenda Paluzie (ANC) y Marcel Mauri (Òmnium). No hay en ninguna de las dos entidades soberanistas tranquilidad, ni mucho menos satisfacción, con la actuación política del Govern durante esta legislatura y tampoco con el clima guerracivilista entre Junts per Catalunya y Esquerra Republicana. Tampoco se escapa la CUP de las críticas, la pata política más pequeña pero imprescindible para las mayorías parlamentarias independentistas. "Estamos hartos de la división y de la táctica", proclamó Paluzie. "La paciencia de la gente no durará siempre", añadió. "A menudo tenemos la sensación que nuestro peor enemigo somos nosotros mismos. Ya tenemos bastante de batallas y debates estériles", sentenció Mauri. En ambos casos sonó a tirón de orejas a los máximos responsables contraponiendo la desunión de los partidos a la unidad de la gente.
Porque es ahí donde radica la capacidad de resiliencia del movimiento independentista: en su base social. Nada de lo que ha sucedido en esta década sería comprensible en Catalunya y explicable a la comunidad internacional sino existiera una movilización sin precedentes por un estado propio, capaz de soportar con estoicismo, también con dudas, ciertamente, represión, exilio y prisión. La próximas elecciones repetirán y seguramente ampliarán la mayoría independentista en el Parlament y marcarán una inflexión en el porcentaje de votos independentistas pudiéndose llegar, por primera vez en unas catalanas, al 50% de los sufragios. La Diada es el punto de convergencia de todo ello y por eso una de las primeras leyes que aprobó el Parlament restaurado en 1980 fue declarar festivo el 11 de setembre y que fuera la Diada Nacional de Catalunya.
A menos de una semana del estrafalario juicio de casación en el Tribunal Supremo para ratificar inhabilitación del president de la Generalitat, Quim Torra, acordada por el Tribunal Superior de Justícia de Catalunya (TSJC) el pasado 19 de diciembre, por mantener cuatro días una pancarta por la libertad de los presos políticos y un lazo amarillo pese a la orden de la Junta Electoral Central (JEC), la Diada recuerda la represión en la que está inmerso todo el movimiento en medio de una causa general al independentismo. El acto de Òmnium lo simbolizaba este viernes con las 2.850 sillas vacías en la avenida de Lluís Companys de Barcelona, una por cada uno de los que no gozan de libertad bien porque están en la prisión, en el exilio o tienen algún proceso judicial en marcha por una causa que tiene que ver con el procés independentista.