Nadie lo ha destacado, pero el azar hizo que el retorno de Marta Rovira a Catalunya, después de más de seis años de exilio en Ginebra, coincidiera con los dos meses transcurridos desde las elecciones catalanas. Del 12 de mayo al 12 de julio. De la derrota electoral de Esquerra Republicana, que abrió una enorme crisis en el partido y que no se zanjará hasta el 30 de noviembre en un nuevo congreso ya con una nueva dirección, a las conversaciones con el PSC para hacer president de la Generalitat a Salvador Illa. ¿Negociaciones avanzadas, encarriladas o finalizadas? Si atendemos a lo poco que se nos está explicando en público, uno se quedaría con una posición intermedia, en la que a veces —en función de lo que interese— se sitúa el objetivo más cerca o un poco más lejos. Sin embargo, hay serios indicios de que el acuerdo está muy encarrilado.
Hay varios datos que lo certifican. En primer lugar, los mensajes que mandan discreta y privadamente los socialistas catalanes y españoles, que pensaban que la batalla entre Junqueras y Rovira dificultaría el pacto y han comprobado que ninguno de los dos le hace ascos al acuerdo. En segundo lugar, los recados que reciben los agentes económicos catalanes, desde Foment a la Pimec, el Cercle d'Economia, la Fira de Barcelona o los sindicatos UGT y CCOO, quienes —cada uno a su manera— han ayudado a desengrasar las discrepancias para que alcancen un acuerdo. Además, todos ellos están alineados para validar públicamente un acuerdo que, en detalle, ni siquiera conocen. En tercer lugar, Esquerra, capaz de combinar el discurso de Rovira diciendo nada más cruzar la frontera entre Francia y España "volvemos para acabar el trabajo que dejamos a medias", o la reivindicación del concierto económico, con pedir una entrevista a Pedro Sánchez para abordar la llamada financiación singular, que a veces parece algo similar al concierto y otras veces una singularidad dentro del régimen común.
Hay serios indicios de que el acuerdo entre el PSC y Esquerra está muy encarrilado
Claro que en este esquema falta saber qué dicen los militantes republicanos, que tendrán voz sobre el acuerdo, aunque nadie ha explicado qué tipo de pregunta se les hará. Si será la fácil —si validan o no el acuerdo— o, por el contrario, entrará en la cuestión la ingeniería política, con preguntas más alambicadas. Mientras se despliega todo este envoltorio en la sociedad civil de que el acuerdo es cuestión de días, las expectativas de una financiación que saque a Catalunya del régimen común de las autonomías, al estilo del País Vasco o Navarra, parece que se desvanece. La vicepresidenta primera y ministra de Hacienda, María Jesús Montero, lo ha trasladado meridianamente claro este lunes al Consejo de Política Fiscal y Financiera (CPFF), que reúne al gobierno español y a las comunidades autónomas, al señalar que el modelo de financiación catalán se puede mejorar "incorporando más elementos singulares", pero ha reiterado que la Moncloa rechaza la propuesta de los republicanos y se opone completamente a un concierto económico como el vasco.
Estamos hablando, por tanto, para el gobierno español, del consorcio tributario Generalitat-Estado que recoge el Estatut y de la renuncia a la llave de la caja, que seguiría en manos del Ministerio. La financiación singular, según Montero, sería recoger algunas peculiaridades como, por ejemplo, las reconocidas a Canarias, que cuentan con un fondo de pobreza y de ayuda a menores no acompañados, porque tienen la peculiaridad de ser un territorio al que llegan muchos inmigrantes irregulares. Si realmente esto es todo lo que tiene que ofrecer el gobierno de Pedro Sánchez, muy seguros tienen que estar de que los márgenes de Esquerra para oponerse al pacto son más bien estrechos. O bien tratan de que las autonomías no se le rebelen por un acuerdo sustantivo y Montero hace tan solo de liebre. El último apretón de Esquerra al PSC para cerrar un acuerdo antes de final de mes con la amenaza de levantarse de la mesa si no se produce, no preocupa a los socialistas, que lo sitúan más bien en los parámetros de un mensaje de consumo interno.
Como en todos los pactos que no son nada fáciles de explicar, y el de Illa divide a Esquerra en dos mitades, vestir un acuerdo es casi más difícil que alcanzarlo. Sobre todo porque pactar con el PSC y aspirar a liderar el independentismo son, en principio, dos cosas contradictorias. Y la expresión de que "todos los caminos llevan a Roma" no parece que sea de aplicación en el caso que nos ocupa.