La mayoría independentista en el Parlament tiene serios motivos para estar muy preocupada. Los 70 diputados del 21 de diciembre son hoy, en el mejor de los casos, 65, ya que hay cinco votos que no cuentan por decisión de la Mesa: Puigdemont, Sànchez, Rull, Turull y Comín. Junts per Catalunya, Esquerra y la CUP no pueden sacar ninguna iniciativa parlamentaria adelante por si solos mientras dure esta situación, como se ha visto este martes en la pérdida de once votaciones de las resoluciones que en otras circunstancias habrían ganado. El juez Pablo Llarena ha trinchado los resultados de 21-D imponiendo una serie de decisiones judiciales, y, así, el Tribunal Supremo se ha convertido en dueño y señor de la Cámara catalana a partir de una actuación judicial sustentada en premisas arbitrarias y de imposible justificación, pero que le han permitido acusar de rebelión, sedición y malversación a los presos políticos catalanes.
El desacuerdo de julio entre JxCat y ERC, que mutó hacia un desencuentro político más profundo pasado el verano, en el mes de septiembre ha acabado en una estridente ruptura entre ambas formaciones, muy pegadas ambas a un guión inalterable, no improvisado y que en las últimas fechas se ha convertido para algunos en una cuestión exclusivamente personal y no política.
Si la política es el espacio de los reproches, en estas horas esto es lo único que se oye en la mayoría —ya minoria— independentista. Es muy probable que los cataplasmas que ficticiamente se han puesto para evitar que la crisis llegue al Govern hagan efecto. El president Quim Torra y el vicepresident Aragonès por más que lo intenten difícilmente podrán mirar hacia otro lado, ya que la pérdida de confianza entre las dos formaciones inevitablemente les acabará salpicando. ¿Ha entrado la legislatura en un callejón sin salida? ¿Se romperá el Govern como se ha roto el Parlament? ¿Las elecciones serán inevitables? Son tres preguntas que no estaban hace unas horas encima de la mesa y que hoy, después de lo vivido en el Parlament, es inevitable plantearse. Incluso, en la tercera es hoy imposible asegurar una respuesta al cien por cien.
Esquerra arguye que, con su decisión, Junqueras y Romeva han podido votar este martes sin estar suspendidos ni ser sustituidos y con sus derechos a futuro garantizados, una circunstancia muy diferente a la de los cuatro diputados de Junts per Catalunya en la prisión o en el exilio, que ni han podido ni podrán votar si no modifican su situación actual. No se ha escrito el último capítulo de esta batalla que ya no es a escondidas, sino que ha salido a campo abierto. La carta de Puigdemont, Sànchez, Turull y Rull en que mantienen las posiciones así lo deja entrever. Y la respuesta de Junqueras, desde la prisión de Lladoners, que les reprocha que no preserven la mayoría independentista y den el paso que él previamente ya ha dado, también.
División, división y división. Los partidos de la oposición ya pueden frotarse las manos.