A medida que pasan los días, se puede observar que los resultados electorales del pasado 12 de mayo fueron mucho más enrevesados de lo que se podía analizar a primera vista. Había un ganador, claro está, porque la diferencia del primero respecto al segundo y, mucho más, sobre el tercero, era lo suficientemente amplia como para que se rompiera el triple empate de febrero de 2021 de dos partidos con 33 diputados (PSC y Esquerra) y uno con 32 (Junts). Los 42 diputados de Salvador Illa parecía que serían una sólida plataforma para cerrar una investidura en un plazo no muy lejano, ya que el independentismo había perdido el apoyo masivo que le aseguraba la mayoría absoluta del Parlament. Junts quedaba lejos con sus 35 parlamentarios y Esquerra aún más, al sumar solo 20 asientos en el hemiciclo.

Aquella foto sigue siendo aritméticamente la misma, pero, en cambio, no es igual en clave política. En parte, porque el resultado de Esquerra ha abierto una situación nueva y se ha reflejado en una serie de acontecimientos que, en la práctica, suponen que aquella unidad granítica en la toma de decisiones haya entrado en crisis. Oriol Junqueras ha dejado la presidencia del partido con la voluntad de retornar al cargo con más fuerza de la que tenía. Marta Rovira se ha hecho con el control de la organización ya que a sus funciones de secretaria general ha agregado la posición de número uno. El president de la Generalitat en funciones, Pere Aragonès, se mantiene en un voluntario segundo plano, ha renunciado al acta de diputado y abandonará la política institucional. Y el resto de dirigentes quedan de manera rápida encuadrados en uno u otro bando.

Mientras todo esto sucede, nada se detiene, y Esquerra, situada en el centro de muchas de las tomas de decisión que acaban decantando las decisiones finales en la política, las tiene que adoptar en el peor de los momentos. Y es ahí donde se cruzan dos retos en una circunstancia que se asemeja mucho a una encrucijada. Toma de decisiones sobre la orientación de la política en Catalunya, más hacia la izquierda (Illa) o más hacia el independentismo (Puigdemont) pero también internas: preparación del congreso del 30 de noviembre, repetición electoral con lo que supone de no disponer de un candidato claro, o, este jueves, votación de la militancia sobre la entrada o no en el gobierno de Jaume Collboni  en el ayuntamiento de Barcelona. Todo ello, con lo que comporta una siempre difícil gestión de las bases de cualquier organización política, pero mucho más en épocas de mudanza, en una organización que se había acostumbrado a verlas en sus adversarios políticos pero no en ellos.

A Esquerra le van a pedir decisiones unos y otros, cuando lo que necesita es enfriar el balón y tener una perspectiva más clara de lo que tiene hacer

De la primera de las carpetas, se ha derivado una Mesa del Parlament en la que el independentismo ha alcanzado la mayoría de cuatro a tres, cosa que no se corresponde con la composición del hemiciclo y en la que Esquerra hubiera podido alcanzar otros acuerdos e incluso obtener la presidencia que le ofrecía el PSC. Ello ha conllevado nervios en las filas socialistas, que han dado un paso atrás en la modulación de su discurso y ya no se postulan para una investidura de Illa como primer candidato ya que ahora el 12 de mayo era una cosa y el 13 de junio es otra. A Esquerra le van a pedir decisiones unos y otros, cuando lo que necesita es enfriar el balón y tener una perspectiva más clara de lo que tiene hacer. Y para ello necesita tiempo, acierto y suerte. Tres cosas que no van a converger en pocas semanas. En parte, porque las bases de los partidos cuando hay un ciclo electoral a la baja como el que ha vivido Esquerra —municipales, españolas, catalanas y europeas— están con un grado de irritación alta y miran de otra manera a sus dirigentes.

Este jueves, el equipo de Barcelona ciudad de Esquerra ha quedado desbordado en una decisión trascendental como era entrar o no en el equipo de gobierno de la capital catalana. La decisión ha quedado aplazada por una decisión comprensible, como es un aforo desbordado, pero el resultado final era más incierto de lo que en un principio se podía prever después de la amplia decisión de la ejecutiva de llevar a aprobación la entrada en el gobierno de Collboni, adoptada por 20 votos a favor, 4 abstenciones y 3 votos en contra. Veremos cómo evoluciona un tema tan importante como este, que era una apuesta de la dirección local y que planteaba más de un recelo en la dirección nacional. Hacer política en época de crisis es todo menos sencillo.