No puedo estar más de acuerdo con las recientes declaraciones del magistrado emérito de la sala penal del Tribunal Supremo, José Antonio Martín Pallín, un auténtico verso libre en un mundo, como el de la judicatura española, en el que impera una única verdad sobre los presos políticos y el proceso independentista catalán. Señala Martín Pallín en un ramillete de contundentes afirmaciones varias cosas: que un hipotético indulto sería un mero paliativo y que la única solución es la amnistia; que se opone a la reforma del delito de sedición que plantea el gobierno de Pedro Sánchez, ya que la única solución es su supresión y dejar solo el de rebelión; y que el juicio del Supremo fue clamorosamente parcial, cosa que permitirá que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos lo anule.
Martín Pallín, que acaba de publicar un libro que lleva por título El gobierno de las togas, y que es suficientemente expresivo de la situación actual y del peso de la judicatura en la España actual, es una gota de agua en medio del océano. La doctrina Felipe VI-Lesmes-Marchena ha sido lo suficientemente porosa para que llegara al último rincón de la judicatura, lo que da más mérito a la fortaleza intelectual de Martín Pallín, de quien no se puede discutir su prestigio internacional.
Hay que preguntarse, no obstante, qué ha sucedido en España para que desapareciera el dictador, se iniciara el régimen democrático y ningún gobierno se haya atrevido nunca a reformar la justicia. Ningún gobierno lo ha intentado a fondo, salvo leves escarceos de Zapatero o ahora de Pedro Sánchez que en un alarde de falsa fortaleza quiso cambiar la mayoría parlamentaria que elige el Consejo General del Poder Judicial. El presidente del gobierno tuvo que recular en una bien orquestada campaña del CGPJ, la judicatura y la derecha, que encontró en Europa y sus instituciones el apoyo necesario, ya que en el fondo no dejaba de ser un atajo que rebajaba el número de diputados para cambiar el CGPJ.
Y así sigue y seguirá eternamente. Martín Pallín será un personaje singular, prestigioso y molesto para sus compañeros de carrera. Y, quién sabe, si, al final, un día no predicará en el desierto.