Después de dieciséis años como director de periódico, catorce en La Vanguardia y dos en El Nacional, muchos de ustedes comprenderán que lo que menos me guste sea analizar en primera persona el trabajo de un director de otro medio. No hemos de ser nosotros, los responsables de los medios, los que juzguemos a nuestra competencia sino que han de ser sobre todo sus lectores. Mucho más ahora, en el mundo digital, cuando hay tantas posibilidades de escoger lo que uno quiere leer y no es rehén como antaño de los diarios de papel, que últimamente están acogiendo las mayores tropelías impresas que se recuerdan contra la verdad y contra la democracia hasta convertirse en muertos vivientes que nada valen y para nada sirven.
Era necesaria esta introducción antes de expresar la estupefacción por cómo se puede fabricar un documento a partir de una comunicación verbal, colocarlo en la primera página de El Periódico y presentarlo como una exclusiva. En un momento dado, de la CIA, y, más tarde de otra agencia de seguridad norteamericana. Es cierto que la tensión informativa y la precipitación lleva a veces a cometer errores. Pero no es este el caso, ya que el primer avance de la noticia ya provocó un gran revuelo la misma tarde del terrible atentado de la Rambla de Barcelona, el pasado día 17. Aquí parecía quedar el tema pero la forma como ha rebotado, lejos de reforzar la veracidad de la información, se asemeja mucho a otros reportajes de sobras conocidos y que hemos vivido últimamente en Catalunya demasiadas veces, aunque no con 16 muertos como los producidos por el terrible ataque terrorista en Barcelona y Cambrils que ha consternado a la ciudadanía.
La campaña de descrédito contra los Mossos d'Esquadra persigue dos cosas, a cual más reprochable. En primer lugar, trasladar a la ciudadanía que se hubiera podido hacer más para impedir los atentados y que la policía catalana erró en el análisis de la información que obraba en su poder a partir de otros cuerpos de seguridad españoles y también de Estados Unidos. En segundo lugar, romper como sea una situación desconocida en Catalunya y que ha generado una corriente de gran simpatía entre los agentes de la policía catalana y la ciudadanía. El ejemplo más claro de esto último fue el resultado de la manifestación del pasado sábado con multitud de ciudadanos entregando rosas amarillas y rojas a los Mossos o depositándolas en sus vehículos. Que ese ataque contra la policía catalana se produzca cuando el país sigue estando en alerta antiterrorista de nivel cuatro sobre cinco y en medio de un reconocimiento general de su actuación no es que sea algo chocante sino que hacerlo sin base alguna es irresponsable.
De aquí al 1 de octubre, todo el mundo coincide en que asistiremos a situaciones políticas excepcionales y a la publicación de noticias que poco o nada tienen que ver con la realidad aunque cumplen su función: se acaba hablando de ellas en las radios, en las televisiones, en los periódicos y se desprestigia al adversario o al rival de turno. La experiencia demuestra que ya empieza a ser un clásico de los procesos electorales en Catalunya. Hay quien se defiende de ello señalando que la ciudadanía cada vez está más preparada para este tipo de campañas y seguramente es verdad. Pero ese no es el camino. No lo debería ser para gobernantes y mucho menos para medios de comunicación porque no tengo ninguna duda de que se puede estar en contra de la independencia sin recurrir a la infamia, la invención, el juego sucio y las cloacas del Estado.