A veces hay que tener 88 años, mucho bagaje a tus espaldas, estar de vuelta de casi todo y conservar una lucidez absoluta para decir grandes verdades y conocer con precisión de dónde venimos y las dificultades que ha habido y aún, en muchos aspectos, hay, para mantener la identidad del país. Se tiene que romper también alguna leyenda que en boca de algunos ha ido resistiendo el paso del tiempo como aquel engaño que hacía referencia a una infanta catalana cuando en realidad era, en el mejor de los casos, tan solo una infanta que vivía en Catalunya. Si los tiempos del escritor ampurdanés Josep Pla y Joan Granados se hubieran solapado, perfectamente hubiera podido ser este último uno de aquellos homenots que tan bien trazaba el prosista de Palafrugell sobre personajes de su época. Porque Granados tiene perfectamente este perfil: secretario general del Barça con Agustí Montal desde cuyo cargo se fomenta la retransmisión de los primeros partidos en catalán; junto a Armand Carabén, uno de los artífices de la llegada de Johan Cruyff al club blaugrana; director general de la Corporació Catalana de Ràdio i Televisió durante 11 años, entre 1984 y 1995, un periodo decisivo en la puesta en marcha de TV3 y Catalunya Ràdio; fundador de CDC, diputado en el Parlament y un largo etcétera.

Muchas veces, a los catalanes nos pierde la falta de cartografía a la hora de analizar un problema. El paso de los años ha ahondado en este déficit que es fruto de no tener herramientas ni formación política para superar los obstáculos, de carecer de estrategia para superar al adversario y del hecho que los dirigentes se han ido haciendo cada vez más enjutos con el tiempo. Se aborda la batalla con España desconociendo el funcionamiento del estado y desde una soberbia que nunca ayuda a conocer bien cuáles son las fortalezas y debilidades propias y ajenas. Se cae en la cuenta escuchando este jueves a Joan Granados explicando en el programa del TV3 de Helena Garcia Melero la puesta en marcha de la cadena, de la que en septiembre se cumplirán 40 años, y algunas anécdotas vividas. Seguro que tan solo una pequeña cata de todo lo que ha vivido.

Hay dos momentos de su relación con la Corona española que nos acercan más a entender la enorme distancia existente desde Catalunya que cualquier discurso que podamos escuchar. Explica Granados que cuando llevaba unos ocho años en la CCMA, estaríamos hablando del año 92, seguramente alrededor de los Juegos Olímpicos de Barcelona, decidió invitar a visitar TV3 a la infanta Cristina, la hija pequeña de Juan Carlos I, que en aquella época vivía en Barcelona y a quien, para distinguirla de su hermana, los medios españoles llamaban "la infanta catalana", entre otras cosas porque su entonces marido, Iñaki Urdangarin, jugaba a handbol en el Barça. Le envió una carta, ella aceptó y la visita se produjo. Granados le esperaba en la puerta con un ramo de flores, le abrió cortésmente y le dijo: "Estem tan satisfets que estigui aquí..." y, sin dejarle acabar, ella le espetó, en tono elevado: "¡En español, por favor!". Como pudo, Granados la llevó a una sala y ya en privado, para calmarla, añadió: "Senyora, aquí es parla en català, ho ha d'entendre" y ella, alzando la voz, insistió: "¡Le he dicho que en español, por favor!".

La segunda ya fue con el padre de Cristina en la Zarzuela después de que Jordi Pujol le pidió, unos años antes, que fuera a explicar al rey qué era y cómo iba a funcionar TV3. Juan Carlos I le preguntó cómo sería esa televisión catalana y él le contestó: "En catalán, majestad". "¿Toda en catalán?", insistió el monarca. "Sí, toda", concretó Granados. El rey empezó a dar vueltas en su despacho, y porfió: "¿Ya la entenderán, Joan?". No son dos anécdotas menores, ya que, en el fondo, no hacen otra cosa que evidenciar más que el desconocimiento que hay de Catalunya, las enormes ganas de ir en contra de ella. Su hijo, hoy rey, Felipe VI, y ahora su nieta, Leonor, han aprendido catalán para hablar en público. Pero se puede hablar una lengua perfectamente y desconocer o despreciar el país que la habla. Y, muchas veces, para la Corona, en Catalunya ha sido suficiente con un trato folclórico. Y así, la institución ha ido cayendo en la irrelevancia.