El estrepitoso fracaso de la Unión Europea en la gestión de las vacunas contra el coronavirus para distribuir entre sus ciudadanos —una población de 446 millones de habitantes, la tercera del mundo detrás de China y la India— es, a estas alturas, tan escandaloso y vergonzoso que los jefes de estado y de gobierno deberían salir del marasmo actual y exigir colegiadamente responsabilidades a Bruselas antes de que se llegue a un punto de no retorno en que cada país se espabile por su cuenta en la búsqueda de soluciones. La canciller Angela Merkel dio la primera advertencia en este sentido, pero consta que no es la única en abrir este espinoso melón y expresar su irritación.
Mientras eso sucede en la vieja y perezosa Europa, el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, acaba de anunciar que dobla su apuesta de que en sus primeros cien días en la Casa Blanca inocularía 100 millones de dosis —las ha alcanzado en 58 días— y que su nuevo reto son 200 millones de dosis en un país de algo más de 330 millones de habitantes. El Reino Unido, que ya no está bajo el agujereado paraguas de la UE, ya ha vacunado a más de 28,5 millones de ciudadanos, al menos con la primera dosis, el equivalente a más de la mitad de la población adulta. En España, este porcentaje se reduce drásticamente, ya que solo el 9% de la población ha recibido, al menos, una dosis; no es muy distinta la cifra que reporta Catalunya, del 8,9%.
Mientras eso sucede, la consellera de Salut, Alba Vergés, anunciaba este jueves via Twitter que el gobierno español le había notificado que las 148.000 vacunas de AstraZeneca que debían llegar a Catalunya a principios de la próxima semana se demorarían, al menos, hasta el próximo 5 de abril, festividad del Lunes de Pascua. Dice Vergés, con razón, que ya basta de este despropósito, mientras el ministerio de Sanidad, según el secretario de Salut, Marc Rementol, no ha dado ninguna explicación a las autoridades catalanas. Tampoco consta ninguna declaración clara y contundente de Pedro Sánchez sobre lo que está sucediendo, de aquellas que suele prodigar en política doméstica y que rehúye en el concierto internacional. Quizás, porque, consciente de su escaso peso en la UE, les cede la venia a Angela Merkel y Emmanuel Macron, que no dejan de poner el grito en el cielo de la pésima gestión que se ha realizado desde la Comisión Europea y que, aunque cueste decirlo, supone cada día un importante número de vidas.
Hay que exigir a los gobernantes que luchen por las vacunas y no solo desde un punto de vista sanitario, que, obviamente, es el prioritario. Y que en la guerra entre países sean capaces de defender sus intereses, como, por otra parte, hacen todos. Pero es que, además, la imprescindible recuperación económica no será posible sin tasas de vacunación muy superiores a las actuales y empieza a peligrar la campaña de verano, una fuente de ingresos de la que un país como España no puede prescindir. Todos los esfuerzos serán en balde sin una vacunación masiva que impida una nueva ola de contagios que ya estamos viendo en Francia o Alemania, pese a haver adoptado medidas mucho más duras que las nuestras para evitar la propagación de la cuarta ola. Y eso, lamentablemente, se olvida demasiado a menudo.