El próximo viernes, festividad del Viernes Santo, se cumplirán seis meses desde que Junts abandonó el Govern después de que las bases del partido adoptaran una decisión tan drástica al constatar el incumplimiento del acuerdo de gobierno que hizo president de la Generalitat a Pere Aragonès. Era, así, el segundo y último socio de investidura que rompía con ERC y Aragonès, ya que unos meses antes había realizado el mismo camino de salida la formación anticapitalista CUP, que en el Parlament está claramente instalada en la oposición. De esta manera se hacía evidente que el Govern tan solo dispone de los 33 diputados republicanos, muy lejos de la mayoría absoluta de 68 escaños y de los 135 parlamentarios con que cuenta la cámara.

Las dos fuerzas políticas que han protagonizado en mayor medida el movimiento político más relevante en Europa en los últimos diez años, el procés independentista, se pelean hoy como el gato y el ratón, aprovechando cada una de ella el más mínimo resquicio que puedan encontrar para recriminarse la una a la otra. No se comportan como adversarias sino como enemigas, dejando detrás un reguero de crispación y animadversión, que, sin duda, costará de recomponer en el futuro inmediato. El independentismo, por ejemplo, no aborda las elecciones municipales del 28 de mayo con voluntad de acuerdo, sino con el objetivo de que el rival obtenga cuantas menos alcaldías mejor.

Y lo más noticioso, aunque no lo más sorprendente, es que tanto Esquerra como Junts se encuentran cómodos en esta posición de adversarios. Se puede decir claramente que han ganado los halcones a las palomas. Hay dos ejemplos que ilustran esta situación: por parte de Esquerra la manera tan agresiva como ha abordado desde el principio el caso de Laura Borràs. Y por parte de Junts, el dejar a Aragonès solo cada vez que los ha necesitado para una votación importante en el Parlament.

He dicho desde hace casi un año que Borràs debía apartarse de la presidencia del Parlament y de Junts por las irregularidades que había cometido. La sentencia del TSJC es una barbaridad y tanto es así que tratándose de un juicio a un dirigente político es el propio tribunal el que solicita un indulto de reducción de la pena de 4 años y medio a dos años de prisión. Pero las irregularidades en el fraccionamiento de contratos no son, como es bien sabido, una excepción sino una práctica bastante regular. Por qué no entra la justicia en todo ello es harina de otro costal. Pero, insisto, Borràs ya tenía que haber dejado los dos cargos por el bien de Junts, cosa que hubiera sido normal en una dirigente de militancia política en un partido durante muchos años.

Otra cosa es que ERC aproveche el caso Borràs para disparar contra Junts  señalando que el partido no haya acabado con la corrupción y haya cambiado las siglas pero no las formas. Porque es evidente que el actual Junts es el mismo con el que Esquerra compartía el Govern y estas acusaciones no se escuchaban. Si hace unos años se decía que los espacios de Junts y Esquerra estaban condenados a entenderse y así lo hicieron desde el 2012 hasta el 2022, incluso con una candidatura electoral conjunta, Junts pel Sí, en 2015, es probable que eso esté muy lejos de volver a suceder en el futuro. Mucho más de lo que hoy se pueda llegar a pensar.