Ha venido el presidente del Gobierno a Barcelona para participar en las jornadas económicas que anualmente celebra el Cercle d'Economia y lo ha hecho en pleno CatalanGate, ignorando el escándalo del espionaje ilegal con Pegasus al independentismo catalán. Pedro Sánchez ha pronunciado una de esas frases grandilocuentes y vacías que siempre le gusta oír al unionismo local, sin importarle lo más mínimo que ya haya demostrado en múltiples ocasiones que dice una cosa en público y hace otra cosa en privado: "Mi profundo respeto por Catalunya, querido president [Aragonès]. Mi respeto y consideración hacia su sociedad y hacia sus instituciones. Y mi firme voluntad de continuar avanzando en el diálogo, la negociación y el acuerdo". Antes, se habían saludado en la entrada del hotel Arts, donde se celebraban las jornadas, y habían conversado con rostro serio un par de minutos. Fue mientras esperaban la llegada de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.
La política tiene más que ninguna otra profesión estas escenas obscenas. ¿Cómo se saluda al jefe de quien, desde la máxima responsabilidad del Gobierno te ha espiado con Pegasus y ha entrado ilegalmente en tu intimidad? ¿De qué se habla durante más de dos minutos con el jefe máximo de los espías, puesto que reportan con él la ministra de Defensa y, llegado el caso, la directora del CNI? ¿Se puede tener una conversación franca, no diré amistosa, sino productiva? ¿Puedes llegar a creer lo que te dice y hacerle confianza? Hay un momento que guarda una cierta similitud al actual en las relaciones entre un presidente del Gobierno y un president de la Generalitat. Me refiero, en primer lugar, al año 1984, cuando se produjo la querella de Banca Catalana y que Jordi Pujol jugó a la perfección, responsabilizando públicamente a Felipe González y llevando al límite la ruptura de relaciones. No sería hasta 1986 en que Pujol rehacería las relaciones con aquella escena del espejo que se había caído al suelo y se había roto en mil pedazos. Había dos posibilidades: recomponerlo y guardarlo en un cajón o acabarlo de triturar.
En este momento, cabría pensar que igual que Pujol creyó que iban contra él con la querella de Catalana, el president Aragonès debería pensar que el espionaje con Pegasus del que ha sido objeto es una declaración de guerra. No es un acto amistoso, obviamente. Ni tampoco un despiste de algún espia que va por libre. No ha sucedido nada de todo esto. El CNI ha pedido autorización judicial para espiar a Aragonès con Pegasus al Tribunal Supremo, el juez se la ha dado y se ha obtenido un material, seguramente político, del que, además de afectar a su privacidad personal, se desconoce su contenido y el uso que ha hecho el Gobierno de él. En este caso, estamos ante un hecho de una gravedad institucional enorme ya que el CNI se ha hecho responsable del espionaje en la comisión de secretos oficiales del Congreso de los Diputados. Proclamar después de eso en público y en Barcelona su profundo respeto a Catalunya es de un enorme cinismo. Por no decir algo más grueso.
Son exigibles unas disculpas públicas, que aún no se han producido. Es necesario seguir insistiendo en la comisión de investigación que ha sido rechazada. Es obligado que Europa conozca con pelos y señales lo que ha sucedido en España. Que a la investigación del laboratorio Citizen Lab de la universidad de Toronto que ha puesto sobre la mesa el espionaje más masivo conocido en Occidente sigan organismos internacionales denunciando el hecho. Este viernes, el Consejo de Europa a través de una de sus secciones ya se ha pronunciado críticamente pero el independentismo debe intentar llevar allí donde pueda su denuncia.
También, asumir que las explicaciones han de ser totales, no parciales. Los demócratas optaron por la reforma en vez de la ruptura en los años 70 y el resultado de una mala transición se está pagando ahora, con múltiples carpetas incluídas la corrupción de la monarquía y el Estado que tiene que decir un día y otro día que en España hay una democracia ejemplar porque nadie se lo cree. Con las escuchas del Cesid también se practicó la política de unos cuantos ceses y echar el máximo de tierra encima para no reformar los servicios de espionaje y que no hubieran cloacas alrededor del poder y campando a sus anchas. Ahora hay una nueva oportunidad para democratizar un estado que espía a la disidencia política. Desaprovecharla y hacer un mero apaño es tanto como aceptar un espionaje permanente y no haber aprendido nada.