Algo importante se mueve en Escocia. La primera ministra, Nicola Sturgeon, ha dado el pistoletazo de salida hacia el segundo referéndum de independencia, que pretende celebrar antes de finales de 2023. A diferencia del anterior referéndum, en que su antecesor, Alex Salmond, cerró un acuerdo con el premier británico David Cameron en 2012 para que la consulta se celebrara en septiembre de 2014, en esta ocasión no hay pacto político a la vista con Londres, ya que el premier británico, Boris Johnson, se ha pronunciado varias veces en contra, descartándolo con rotundidad. Es cierto que Johnson tiene, en estos momentos, sus propios problemas y un futuro político más que incierto después de que superara, no sin dificultad, la moción de confianza entre los diputados de su propio partido, el conservador, no en vano un número alto de parlamentarios, 148, le dieron la espalda. La historia de la política británica revela que, en este tipo de circunstancias, el gobierno y el titular de Downing Street acostumbran a tener problemas más bien pronto que tarde.
Superando esta situación de bloqueo, Sturgeon ha iniciado en la BBC la campaña electoral que deberá culminar con la celebración del referéndum de independencia. Para la primera ministra, hay un mandato indiscutiblemente democrático para convocar una segunda votación. Y es cierto que así es, ya que los resultados electorales que se han celebrado estos últimos años en Escocia —con ininterrumpida victoria del Scottish National Party (SNP)— demuestran que el sentimiento de independencia está más vivo que en 2014 y que la salida de la UE de Gran Bretaña por el Brexit ha tenido pulsiones diferentes en función de lo que querían los ciudadanos del Reino Unido, de Escocia, de Gales o de Irlanda del Norte. Indirectamente, Escocia tiene por ello un aliado que no es otro que la Unión Europea, que la acogería de buen grado para disgusto de Londres.
El movimiento de Sturgeon revitaliza, sin duda, las expectativas de naciones que, como es el caso de Catalunya, no han podido culminar su proceso de independencia y contribuye a una nueva esperanza en medio del desencuentro y también el desánimo que es hoy en día, en muchas ocasiones, la aburrida política catalana que se practica entre las filas independentistas. Sturgeon sitúa en el mapa la independencia y manda un mensaje de que sigue siendo, como ella misma ha señalado este martes, una oportunidad para mejorar la calidad de vida de los escoceses. Uno de los documentos que justifican la celebración de un nuevo referéndum lleva por título Más rico, más feliz, más justo. ¿Por qué no Escocia?, que viene a ser un perfecto banderín de enganche para todos los que se muestren dubitativos o temerosos de la separación del Reino Unido.
Hay que desear suerte a Sturgeon y finezza a los políticos catalanes a la hora de utilizar el ejemplo escocés. Escocia es una palanca, pero los escoceses no ganan nada de buscar una alianza con las demandas catalanas; en cambio, a la inversa, sí que el independentismo catalán tiene mucho a ganar. Para empezar, Europa, la Unión Europea, los Estados del club europeo, tienen hacia la independencia de Escocia una mirada diferente a la que se produce con el caso catalán. Luego están las diferencias entre Londres y Madrid a la hora de interpretar lo que Sturgeon ha definido, con acierto, como la expresión de un mandato indiscutiblemente democrático para convocar una segunda votación. Ya sabemos cómo lo interpretó Londres la primera vez, acordando el referéndum, y como lo hizo Madrid, enviando la policía a pegar a los manifestantes y suprimiendo las instituciones de autogobierno.
Veremos qué sucede ahora y cómo lo hace Sturgeon si Londres prohíbe el referéndum. Desde el SNP se señala que igualmente se va a llevar a cabo. Veremos, ya que lo situaría en un carril similar al catalán en 2017. Aún hay demasiadas incógnitas que habrá que seguir con enorme atención.