Pedro Sánchez puso voz este miércoles en el Congreso de los Diputados a la estrategia del deep state desde la misma noche de los comicios del 14 de febrero: el independentismo no ha ganado las elecciones con el 52% de los votos, sino que ha retrocedido respecto a las celebradas en 2017, ya que muchos votantes que depositaron su papeleta en aquella ocasión ahora se han abstenido. Como algunos presidentes de otras latitudes, Sánchez niega lo que ha reconocido toda la prensa internacional, que ha reflejado unánimemente el hito de que el independentismo haya logrado por primera vez más del 50% de los sufragios emitidos. ¿Cómo hace entonces las cuentas Sánchez? Muy sencillo, no sobre el voto depositado sino sobre el censo electoral ,y al haberse producido una brusca caída de la participación de alrededor de 25 puntos —del 79,09% al 53,54%— el porcentaje de voto absoluto del censo ha retrocedido, como no puede ser de otra manera.
En el mundo de las noticias fake, Sánchez ha protagonizado unas cuantas y muy sonoras. Pero en ningún caso había llegado a cuestionar unos resultados electorales falseando la realidad. Entiendo que esa explicación es la que las embajadas españolas en el extranjero deben estar dando a los medios de comunicación cuando son requeridas. No me extraña en este contexto la imagen de España en el exterior, ahora, incluso reinterpretando la realidad. Quizás también es consecuencia de que en estas elecciones se ha roto otro mito: aquel que decía que Mariano Rajoy y su inacción era una máquina de crear independentistas. Pues tampoco es verdad. Pedro Sánchez se ha convertido en una máquina aún más precisa y afinada a la hora de facilitar el salto de muchos ciudadanos a posiciones independentistas.
Y tiene una explicación. Rajoy era el no a todo. Pero Sánchez es también el del no a todo. Con un añadido, el primero no engañaba y el segundo juega a decir que sí y acaba siempre haciendo lo contrario. Es mucho más humillante, ya que primero te enreda y luego te da largas. El primero defendía la monarquía cuando salía en tromba tras el 1 de octubre y el segundo también. Ahora, incluso se defiende con Sánchez ya en la Moncloa una monarquía manchada con casos de corrupción, con un rey emérito fugado y, además, se incluye a Vox en la ecuación para apuntalar el régimen del 78, para evitar comisiones de investigación o para intentar traer preso a Puigdemont a España a través de un suplicatorio en el Parlamento Europeo.
Es una obviedad que las elecciones catalanas les salen permanentemente mal aunque tengan el árbitro a favor, que las convoca cuando mejor les va. La ciudadanía catalana es tozuda y la mayoría independentista también. Pasan los años y lo que creían que era un suflé ha acabado siendo un muro de hormigón. Y por más que se niegue la realidad, hay casi un 52% de voto independentista que seguramente hará un gobierno independentista por más interferencias que haya para que no sea así. Sobre todo, porque ninguna de las dos formaciones principales, ni ERC ni Junts, podrán desentenderse de la realidad que les ha tocado vivir. Y Sánchez podrá ir predicando una mentira tras otra para engañar al personal. No hay peor ciego que el que no quiere ver y pasan los años y ahí siguen dispuestos a no dar pasos atrás.